En 2015, cerca del 21% de la población en América Latina y el Caribe era rural, representando poco más de 129 millones de personas, distribuidas en 33 países. De ese total, casi la mitad son mujeres; y de ellas, cerca del 20% pertenece a pueblos indígenas.
Las mujeres rurales latinoamericanas representan aproximadamente el 10% de la población total en la Región, con significativas diferencias entre países. Por ejemplo, mientras en Argentina y Uruguay las mujeres rurales no llegan al 4% de la población, en países como El Salvador y Honduras superan el 20%.
Según la FAO (2017), 59 millones de mujeres viven en zonas rurales en América Latina y el Caribe, 20 millones son parte de la población económicamente activa y 4,5 millones son productoras agrícolas.
En el Atlas de las Mujeres Rurales de América Latina y el Caribe16, cuando se habla de mujeres rurales se hace referencia a “un concepto vivo, diverso y en expansión” que se viene desarrollando como una forma de dar visibilidad a las mujeres, sus similitudes y diversidades. La diversidad existente se manifiesta por su forma de vida, por las distintas generaciones que habitan campos, bosques, selvas y áreas próximas a los cursos de aguas; por su organización social con campesinas, indígenas y afrodescendientes; y por las actividades que desarrollan como agricultoras, recolectoras, pescadoras, asalariadas o quienes se desempeñan en actividades no agrícolas como en la artesanía.
Las mujeres trabajan como asalariadas en algunos momentos mientras que, en otros, trabajan en la unidad de producción familiar; procesando pescado, trabajando la huerta, criando animales o procesando tubérculos. La variación de las actividades a lo largo de un año agrícola trae a debate el lugar de las mujeres en la pluriactividad como estrategia de mantenimiento de la agricultura familiar, la cual va más allá de la condición de ama de casa o de cuidadora.
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