La idea de una naturaleza regida por cuatro elementos está presente en muchas doctrinas de la antigüedad. Estos cuatro elementos, que en parte simbolizan los estados fundamentales de la materia, a su vez representan las bases primordiales para que la vida pueda desarrollarse en el mundo. Hoy día, miles de años después del surgimiento de aquellas primeras cosmogonías, esos cuatro elementos nos dan un punto de referencia para analizar las diversas crisis que enfrenta el ser humano en su relación con el entorno natural.

Tierra

El suelo está muriendo. La erosión, que lleva a los suelos a la infertilidad, afecta a más de dos millones de kilómetros cuadrados de superficie, según datos de GEOLAC 6. Esta erosión, producida bajo el paradigma de la explotación intensiva, también amenaza la fauna que habita el suelo y que es fundamental para el desarrollo de las plantas. Nadie hubiera imaginado que la misma tierra sobre la cual habitamos y desarrollamos la vida humana era un recurso agotable. Pero la voracidad de nuestra actividad demuestra que, llevado al límite, el suelo muere. Y si el suelo muere, todo aquello que lo habita muere con él.

Pero lo que verdaderamente ha muerto, conceptualmente mas no en la práctica, es el paradigma de explotación intensiva. Y a su vez, nace un nuevo enfoque: el del uso sostenible del suelo. Quizá para el rincón occidental del mundo eso sea toda una novedad, sin embargo, paradigmas basados en la sostenibilidad eran practicados por civilizaciones prehispánicas cientos y miles de años atrás, dentro de cosmogonías que entendían la realidad de que el desarrollo tiene límites. Los límites de la naturaleza.

Las prácticas de este nuevo enfoque poco a poco están siendo adoptadas por diferentes sectores de la sociedad. Cada vez más se extienden otros modelos de producción agrícola basados en los ciclos naturales, como la permacultura, la agricultura orgánica y la biodinámica, alternados con períodos de reforestación. Estos modelos agrícolas protegen la vida rural y promueven su relación armónica con los espacios urbanos, a la vez que llevan la naturaleza al interior de las ciudades, en forma de jardines y huertas urbanas.

Pero el uso del suelo para cultivo no es lo único a tener en cuenta. El uso sostenible de la tierra plantea una mirada integral que abarca todo el sistema productivo; se trata, en definitiva, de considerar un ciclo “circular” y no lineal, de la producción y la naturaleza. Entiende, por ejemplo, que la basura debe dejar de ser un desecho para transformarse en un recurso y que la minería debe reducir sus impactos ambientales y mejorar sus prácticas sociales. En definitiva, ese modelo de producción lineal que choca de frente con la realidad nunca tuvo ninguna perspectiva de continuidad y eso está quedando en evidencia cada vez con mayor crudeza.

Agua

El agua es uno de nuestros recursos más preciados. Sin embargo, nuestro vínculo con este elemento está en crisis profunda. Hoy nos enfrentamos a problemas como la escasez y la contaminación del agua y a una escalada de conflictos por un uso indebido e ineficiente. GEOLAC 6 informa que la cuarta parte de los ríos del planeta presenta un nivel crítico de contaminación y que la creciente urbanización está generando problemas graves de contaminación en los entornos rurales. Además, hay otros problemas asociados al agua, como la presencia de plásticos en los océanos y los crecientes eventos extremos que afectan la infraestructura de agua potable y saneamiento.

Nuevamente, el paradigma del uso del agua como recurso inagotable muestra su decadencia y las estadísticas hablan por sí solas. Cuatro de cada diez personas sufre la escasez de agua, según datos de la Organización Mundial de la Salud. Cerca de 350 mil niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades relacionadas con la mala calidad o la falta de agua, informa UNICEF. Además, en un mundo en el que el cambio climático ya está impactando en las sociedades, más de las tres cuartas partes de los desastres naturales que hoy ocurren están vinculados con el agua. El agua es un derecho humano que, a la luz de los hechos, hoy es letra muerta.

Pero ante este panorama, existe un paradigma que emerge frente a la caducidad del modelo extractivo. La clave es, nuevamente, la gestión sostenible: el manejo sostenible de las cuencas, la incorporación de nuevas y antiguas tecnologías, no solo para garantizar el acceso al agua segura, sino también para reutilizarla y canalizarla hacia otros usos, ya sea para procesos industriales o para el riego de cultivos. Por otro lado, surgen también nuevos modelos de gestión comunitaria del agua que buscan garantizar el acceso justo y equitativo en comunidades rurales y en territorios de baja densidad poblacional.

Aire

Según la Organización Mundial de la Salud, la contaminación del aire mata a 7 millones de personas cada año. El origen de esta crisis está íntimamente ligado al modelo productivo basado en la quema de hidrocarburos, que no solo presenta un alto nivel de ineficiencia, sino que además tiene una fecha de caducidad que está muy cerca. Y esta fecha de caducidad no solo tiene que ver con el agotamiento de los recursos, sino también, y quizá más importante, con su ineficiencia respecto de aquella de las emergentes energías renovables.

El dominio y la vigencia de este paradigma disfuncional se deben a que quien ha dirigido el proceso es el mercado, motivado por la libre competencia y la maximización de utilidades. Así, en apenas trescientos años, la humanidad ha consumido miles de millones de años de energía fotosintética acumulada bajo la tierra y la ha lanzado al aire. En esta situación, la dependencia de los combustibles fósiles y la ocupación territorial dirigida por el mercado son las bases del paradigma obsoleto.

Por este motivo, la transición hacia fuentes de energía renovables es una necesidad urgente. Y muchos sectores de la sociedad no solo lo demandan, sino que se están movilizando para que ocurra, a partir de cambios en los hábitos de consumo. Hoy día, el uso creciente de las bicicletas en ciudades, los reclamos por mejoras en la infraestructura del transporte público y la incorporación de vehículos eléctricos están cada vez más presentes en la agenda social. Además, existen nuevos instrumentos económicos para reducir y distribuir las emisiones de gases contaminantes, un crecimiento en el uso de energías renovables y nuevas iniciativas para un ordenamiento territorial planificado, democrático y sostenible.

Fuego

Uno de los efectos más impactantes de la crisis de nuestra relación con el elemento fuego es el cambio climático. La temperatura global ya se ha elevado casi en un grado centígrado y sigue en aumento, generando un desequilibrio ambiental que se manifiesta en todos los elementos: la tierra, el aire y el agua. Solo en lo que tiene que ver con el sistema climático, el impacto del calentamiento global se manifiesta a través del aumento de fenómenos climáticos extremos: América Latina cada vez se ve más perjudicada por sequías prolongadas, lluvias torrenciales, movimientos turbulentos de la atmósfera en forma de huracanes y tornados, todos fenómenos que devastan a las sociedades e impiden su bienestar.

La crisis de ambos elementos, aire y fuego, tienen una raíz común: los combustibles fósiles. Ambos demandan el paso definitivo desde un paradigma de explotación sin fin a uno de uso sostenible. Las prácticas están allí. Las bases del nuevo modelo están sentadas.

Esta crisis ecológica es una consecuencia de una crisis existencial del ser humano que necesariamente llama a la reflexión. Es también un llamado a recuperar los valores ancestrales que nos ayuden a conectar nuevamente con nosotros mismos y con nuestro lugar en el mundo. El cambio es inevitable, pero hay una pregunta que todavía está abierta: ¿cómo ocurrirá ese cambio? ¿Lo elegiremos o nos elegirá a nosotros? ¿La transformación será guiada por la consciencia o por la violencia?

La página está en blanco. Y todavía hay tiempo de escribir la respuesta. Pero la última palabra la tiene la naturaleza.

Anexo: Desastres naturales

Sobrevivir a una naturaleza convulsionada

Desde que el mundo es mundo las catástrofes naturales han estado presentes. Repentinas e inesperadas, arrasadoras e inevitables, han contribuido a darle forma a la superficie terrestre e incluso han marcado hitos en la evolución de la vida. Sin embargo, las personas frecuentemente nos olvidamos del poder de la naturaleza. En especial en entornos urbanos, tan modificados por la mano humana, la distancia que separa a las personas de la naturaleza es casi un abismo. Pero, un día, un volcán estalla y deja a comunidades enteras sepultadas bajo miles de toneladas de tierra y ceniza. Un terremoto tira abajo casas y edificios; un huracán arrasa árboles, casas, vehículos. Y a su paso, quedan pueblos, ciudades, países ante el inmenso reto de volver a construir todo sobre los escombros. Es entonces cuando el ser humano recuerda que, al final de cuentas, no tiene ningún poder frente a la naturaleza.

Prepararse para lo imprevisible

Es cierto que los desastres naturales son relativamente imprevisibles. Sin embargo, eso no significa que las sociedades no puedan prepararse para hacerles frente. El riesgo de desastres es un indicador que mide la capacidad de una sociedad de hacer frente a una amenaza y, posteriormente, de recuperarse de una situación catastrófica.

Las amenazas, que pueden tener diversos orígenes, desde el tectónico hasta el atmosférico, no son aleatorias: cada región tiene unas características naturales propias asociadas a ciertos tipos de riesgos. Por ejemplo, la zona del Cinturón de Fuego del Pacífico, que en América se extiende por toda la costa oeste, desde el sur de Alaska hasta la Patagonia, es una zona de alta actividad sísmica y volcánica. O los países del Caribe, que están expuestos a recibir los embates de fuertes tormentas, muy frecuentes en la zona. Así, cada región tiene sus riesgos propios y es indispensable conocerlos para construir ciudades y comunidades que sean capaces de resistir al máximo ante la aparición de un fenómeno natural a la vez que puedan adaptarse con la mayor agilidad posible una vez que el fenómeno ha ocurrido.

Un mundo salvaje

Si bien cada territorio tiene riesgos asociados a sus características naturales, el hecho es que la actividad humana ha exacerbado la aparición de estos riesgos como consecuencia de su actividad. Un ejemplo de esto es el cambio climático. El Quinto Informe del IPCC prevé que la vegetación de zonas semiáridas será reemplazada por la de tierras áridas, que se perderá buena parte de los bosques tropicales de la Amazonía y que habrá un deterioro en las fuentes de agua dulce, tanto en calidad como en cantidad. Y la población más afectada es y será la que vive bajo el umbral de la pobreza, que en nuestra región constituye una tercera parte de la población.

Latinoamérica es una región tan rica en recursos como vulnerable ante los embates de la naturaleza. En los últimos años, no solo se ha visto afectada por el cambio climático. También se ha registrado un aumento en la actividad tectónica que ha devenido en fuertes sismos, como en Haití, Chile, Ecuador y México, o en la erupción de volcanes, como el más reciente en Guatemala. Todo esto, sumado a un aumento en la frecuencia de huracanes y de inundaciones alternadas con sequías, pone a la región ante la necesidad imperiosa de prepararse para afrontar una nueva realidad.

Entre el 2000 y el 2013, los eventos climáticos extremos en la región se llevaron a más de 13 mil vidas y dejaron a casi 54 millones de personas damnificadas. Además, las pérdidas económicas ascendieron a 52 mil millones de dólares. Por esto, de no construir comunidades capaces de adaptarse a las condiciones cambiantes que impone la naturaleza, estos números no harán más que seguir aumentando.

Amigarse con la amenaza

¿Cómo hacer frente a este enorme desafío? El futuro exige respuestas muy concretas y estratégicas, con miras a reducir los impactos negativos y a lograr la adaptación. En este sentido, se debe considerar la gestión de riesgos naturales como un eje central en todas las políticas institucionales, ya que en el contexto actual tiene impactos en todos los sectores: acceso al agua, resiliencia en ciudades, vínculos con la acción climática, seguridad alimentaria, salud pública, educación, ambiente, fenómenos migratorios, y tantos otros.

Los fenómenos ya están aquí y se están viendo en diversos focos de la región. Todavía falta un gran camino, pero muchas sociedades están comprendiendo la importancia de impulsar políticas que aseguren un desarrollo sostenible en el marco de un mundo en el que la naturaleza, en muchos casos, se está volviendo más hostil.

Pero la naturaleza misma, tan abundante en nuestra región, es la que provee los medios para construir ese desarrollo sostenible. En última instancia, lo que el futuro demanda es un cambio en las conciencias: comprender que a la naturaleza no se la conquista; es el límite y la base de nuestra existencia. Y solo un vínculo armonioso será lo que asegure la supervivencia, ya no solo de la humanidad, sino de muchísimas otras especies a las que también les pertenece esta casa común.

Fuentes

http://www.who.int/mediacentre/news/releases/2014/air-pollution/es/
Status of the world’s soils resources, FAO, 2015
GEOLAC 6.
http://www.fao.org/in-action/territorios-inteligentes/componentes/resiliencia-al-cambio-climatico/america-latina-y-caribe/es/
https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/37310/S1420656_es.pdf
https://www.cepal.org/sites/default/files/presentations/s5_rquiroga_estadisticas-indicadores-cambio-climatico_0.pdf
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/d/d1/Pacific_Ring_of_Fire-es.svg/1200px-Pacific_Ring_of_Fire-es.svg.png
Margin et al, 2014