Desde su nacimiento, en el 2013, Arbusta se propuso el objetivo de hackear un sistema que no funciona. El paradigma que gobierna las lógicas del trabajo desafiaba a los tres fundadores de esta empresa, Paula Cardenau, Emiliano Fazio y Federico Seineldin a pensar en un modelo de organización que permitiera el acceso a mejores condiciones de vida de las y los trabajadores y que a su vez posibilitara la expansión de su potencial creativo y su talento. Un modelo así comienza navegando contra la corriente: el mercado del trabajo en Argentina (país en donde nace Arbusta) es cada vez más excluyente y las personas jóvenes son quienes más sufren esta situación. En efecto, dos de cada diez jóvenes carecen de empleo, que en su mayoría se encuentran en situación de pobreza. Son jóvenes a quienes el mercado laboral estigmatiza y desecha. Y es justamente a ellas y a ellos a quienes apunta Arbusta para hackear el sistema.
Juventud y trabajo
La tendencia excluyente del mercado laboral en Argentina no es casualidad: es parte de un sistema económico basado en las desigualdades exacerbadas para perpetuar la concentración de riqueza y poder en cada vez menos manos. La exclusión se ve reflejada en las estadísticas: según informa el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), el desempleo en Argentina alcanzó el 10,4% en el primer trimestre del 2020, consolidando así una tendencia creciente de al menos los últimos 4 años. De esta cifra, más de la mitad tiene menos de 29 años. Este indicador levanta la primera alerta: el desempleo afecta de forma específica a la juventud.
Queda claro con la experiencia de Arbusta que el talento es un recurso distribuido en toda la sociedad. Lo que no está distribuido son los espacios, las herramientas y las oportunidades para que todas y todos puedan desarrollar, enriquecer y potenciar el talento que tienen. Arbusta, en ese sentido, es un bien público, porque permite que esos recursos para promover talento estén a disposición de todas y todos en igual cantidad y calidad.
Carlos March, coautor del libro “la potencia del talento no mirado” junto con Andrea Vulcano
Esta realidad no es muy distinta de la que se vive en toda la región. En América Latina hay casi 10 millones de jóvenes que carecen de empleo, 23 millones que no estudian ni trabajan y más de 30 millones que solo acceden a empleos de baja calidad y en la informalidad. Esto se traduce en una tasa de desempleo juvenil del 18%, cifra que triplica la tasa de desempleo adulto. Estos datos fueron publicados por la Organización Mundial del Trabajo en su más reciente informe: “Tendencias mundiales del empleo juvenil 2020” y son el resultado de ese sistema de exclusión que le niega oportunidades de desarrollo a jóvenes de la región, y así no solamente atenta contra sus derechos y les condena a perpetuar una situación de pobreza cada vez más extendida, sino que además representa una amenaza contra el futuro de las sociedades latinoamericanas y sus posibilidades de generar condiciones de bienestar para toda la población.
Pero el sistema trasciende los números: la exclusión se sustenta en una serie de prejuicios y estereotipos que permite la continuidad de un mismo paradigma y una misma lógica. En el caso de los principales conglomerados urbanos de la Argentina, los jóvenes que mayores dificultades encuentran para acceder a un primer empleo son los que habitan en asentamientos precarizados, que tienen una o varias de sus necesidades básicas insatisfechas y enfrentan mayores dificultades para acceder a derechos básicos, como servicios públicos, vivienda, alimento, salud o educación. Pero, lejos de poner el foco en la realidad de estos jóvenes, el sistema refuerza su exclusión alejándolos cada vez más del mercado laboral. “¿Contratar a alguien que vive en un asentamiento? Mejor no; probablemente consuma o me robe”. “Estos pibes no tienen cultura de trabajo, cómo la van a tener si nunca vieron a sus padres trabajar”. A estos prejuicios se enfrentan mujeres y varones jóvenes que buscan acceder a un trabajo en un sistema que construye cada vez más barreras que les impiden superar la situación de pobreza y exclusión en la que se encuentran.
Talento universal
A esta realidad se enfrentaba Arbusta cuando dio sus primeros pasos. Paula, Federico y Emiliano, sus tres fundadores, tomaron conciencia del contexto hostil al que se enfrentaban los jóvenes provenientes de entornos socioeconómicos frágiles en la ciudad de Buenos Aires y el conurbano que la rodea y por eso concentraron sus esfuerzos en generar un modelo centrado en ellas y ellos. Dos de las tres premisas bajo las que opera Arbusta es que el talento es universal y se encuentra en todas partes, y que, además, el talento se despliega trabajando. Por eso, la búsqueda de talento de Arbusta se concentra en los sectores en donde el mercado laboral no mira, con el propósito de descubrir el talento que se despliega a partir de la generación de oportunidades reales.
El círculo vicioso que impide a estos jóvenes acceder a un trabajo se perpetúa también a través de las exigencias que caracterizan las búsquedas laborales en la actualidad. Ya no solamente los impedimentos vienen dados por el origen socioeconómico: las empresas suelen exigir perfiles con experiencia de al menos tres años. Y los puestos de trabajo para los que no se requiere experiencia, suelen ser los más precarizados, los que ofrecen las peores condiciones laborales, con acceso limitado a derechos y con salarios muy bajos. Por esto, el modelo de Arbusta incorpora el elemento esencial de la capacitación previa y el aprendizaje a partir del trabajo en proyectos reales, en los que los individuos pueden trabajar y aprender a la vez y contar con el apoyo de todo un equipo de trabajo, cuyas tareas no solo tienen que ver con brindar un servicio a los clientes, sino además con fortalecer las capacidades de las personas que se incorporan.
Pero, ¿qué es Arbusta? Arbusta se define como una “empresa tecnológica que acompaña a grandes organizaciones en sus procesos de transformación digital”, “rompiendo con el paradigma de la escasez de talento”. El foco en lo tecnológico tiene que ver con la tercera premisa de esta organización: los centennials son nativos digitales. Y la tecnología está cambiando el paradigma del trabajo. Así lo reconoce la Organización Mundial del Trabajo: “los avances tecnológicos pueden mitigar a la vez que exacerbar los desafíos laborales que enfrentan las personas jóvenes”. En efecto, si bien los jóvenes tienen una mayor capacidad de aprendizaje de las herramientas tecnológicas y de adaptación a un entorno tecnológico de cambios vertiginosos, a la vez es indispensable democratizar el acceso a la tecnología y al conocimiento para que todo ese potencial se haga efectivo. Por el contrario, si se agranda la brecha digital, la exclusión de la juventud se profundiza.
Por esto, Arbusta se vuelca a la tecnología: porque es un sector que demanda talento, porque es un elemento central en el presente y el futuro del trabajo y porque es parte fundamental de la identidad de la generación centennial. Andrea Vulcano y Carlos March, autores del libro “La potencia del talento no mirado”, que narra el desarrollo de Arbusta desde su mayor capital, el talento, describen a las y los centennials de esta manera: “Los nativos digitales son personas con altísima flexibilidad, dada su capacidad de adaptación a la innovación permanente, a la ausencia de temor al cambio frecuente y a la capacidad de resiliencia para superar las dificultades que plantea el autoaprendizaje mediante el ensayo y el error”.
Arbusta con a
En el complejo mapa de las inequidades, existe vulneración dentro de la vulneración. Es el caso de las mujeres jóvenes. Si bien la participación de las mujeres en el mercado de trabajo ha aumentado de un 44,5% en 1995 a un 52,6% en 2015 y se han visto avances en cuestiones vinculadas al acceso de las mujeres a salud y educación, la brecha de género en América Latina es todavía un gran obstáculo a superar. Según se consigna en el libro, “la brecha de género se percibe en la vulnerabilidad socio-laboral de las mujeres en materia de desempleo, remuneración, participación en puestos de liderazgo y habilidades vinculadas al cambio tecnológico”. Pero también existe una disparidad en el acceso a dispositivos y herramientas tecnológicas, que a su vez se vincula con los prejuicios basados en la división sexual del trabajo, por la cual ciertas actividades son propias de los varones y ciertas actividades pertenecen al ámbito femenino. Y la tecnología es un área típicamente asociada al varón.
Por esto, Arbusta tiene cara de mujer. Dentro de sus criterios de búsqueda de talentos, no solamente se centra en las poblaciones de jóvenes de bajos ingresos, sino que además hace foco en las mujeres. 6 de cada 10 personas que trabajan en Arbusta son mujeres, y esto ocurre porque, como afirman los fundadores, “en su concepto de equidad, Arbusta busca ponderar a las mujeres que en otros espacios ven sus oportunidades reducidas frente a los varones”. No obstante, la equidad no solamente se refiere al cupo femenino: es necesario incorporar políticas concretas con perspectiva de género. Por ejemplo, en este sentido, la empresa incorpora políticas de maternidad, “como la posibilidad de trabajar part-time, la licencia por maternidad extendida, licencias por enfermedad de hijos, licencias por adaptación al ingreso escolar” y más.
Abrir los ojos a la realidad que viven las mujeres permite resignificar una categoría que ha tenido auge en los últimos años: la de los llamados ninis, categoría que hace referencia a jóvenes que no estudian ni trabajan. Este término, que tiene una connotación peyorativa, esconde la realidad social de las y los jóvenes en América Latina. Según un informe elaborado por CIPPEC junto a OIT, ONU Mujeres y PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) citado en el texto, 7 de cada 10 jóvenes que se consideran como ninis son madres jóvenes y mujeres a cargo de las tareas de cuidado de sus familias. Es decir que es un término que refleja una carga de prejuicios que esconde la realidad y que contribuye a dimensionar otro gran problema que tiene que ver con la desvalorización del trabajo no remunerado, vinculado al ámbito doméstico y del cuidado. Un trabajo que típicamente recae sobre las espaldas de las mujeres.

Hackear el sistema
“Más allá de ser peyorativo individualmente, el término nini debería aplicarse a quienes ni tienen las oportunidades para tener un trabajo de calidad, ni tienen las condiciones socio-económicas para poder sostener un estudio. O sea, la mirada no debería ser sobre los chicos, sino sobre lo difícil del contexto donde están inmersos”. Así argumenta Federico Seineldin, uno de los fundadores de Arbusta, y con ello da sentido al cambio de mirada que proponen y que implementan en su modelo de negocios. Los fundadores de Arbusta reconocen el hecho de que, “cuando se encuentra talento en los segmentos más vulnerables de la sociedad, se elige a los jóvenes, pero también se elige el contexto”.
Esto tiene profundas implicancias para la organización: el despliegue del talento y el aprendizaje vienen acompañados de una contención emocional y de un reconocimiento del entorno conflictivo que pueda atravesar cada una de las personas. Y esto les permite abordar las situaciones particulares desde una perspectiva colectiva, entendiendo que, a la par del aprendizaje técnico, está el aprendizaje emocional y la construcción de vínculos personales. Arbusta incorpora el paradigma del cuidado como base para construir las relaciones entre miembros de los distintos equipos de trabajo a partir del “apoyo desde lo personal, la construcción de vínculos entre trabajadoras y trabajadores para asegurar vínculos de trabajo humanos y no productivistas. Esto fomenta la implementación de soluciones colectivas”.
El equipo integrado por Paula Cardenau, Federico Seineldin y Emiliano Fazio está hackeando las inequidades para que el segmento más sensible de la sociedad, los y las jóvenes, pueda tener acceso igualitario a oportunidades para decidir su futuro en base al talento y el trabajo. Esta experiencia merece el like de la sociedad.
Carlos March, coautor del libro “la potencia del talento no mirado” junto con Andrea Vulcano
El modelo de Arbusta permite que jóvenes provenientes de contextos socioeconómicos complejos que no tienen formación técnica previa puedan desarrollarse personal y profesionalmente y acceder a un trabajo que les garantice un salario competitivo y justo, en un entorno laboral basado en el cuidado y que contemple su contexto particular. Este es un modelo de negocios que no plantea jerarquías basadas en la lógica del que “ayuda” y el que es “ayudado”. Arbusta opera bajo la certeza, ya comprobada, de que existe un enorme talento entre jóvenes centennials que el mercado deja afuera y que se niega a incorporar por sus propios prejuicios y su lógica excluyente y homogeneizadora. Y, como prueba de que el modelo funciona está el hecho de que, en 2017, la empresa pasó de 50 a 150 personas empleadas en 6 meses, en 3 ciudades diferentes.
Hoy, Arbusta está conformada por 303 personas distribuidas en sus oficinas de las ciudades argentinas de Buenos Aires y Rosario, Medellín en Colombia y Montevideo en Uruguay. Casi la totalidad de su equipo está constituido por jóvenes centennials y millennials que en 9 de cada 10 casos provienen de contextos socioeconómicos frágiles. Además, casi el 60% son mujeres, según se indica en el libro recientemente publicado por Editorial Temas que deja testimonio del invalorable aporte de Arbusta a la integración social. Y si bien el modelo basado en la tecnología no necesariamente pueda replicarse en todo sector y en toda empresa, lo cierto es que los fundamentos del modelo, que tienen que ver con la inclusión, el fomento del talento y el cuidado entre las personas, no es privativo de ningún sector. Es un modelo de sociedad que, lejos de pertenecer al ámbito de las organizaciones sociales, puede ser implementado en el sector empresarial y constituir la base de un modelo de negocios. Sí; requiere un esfuerzo adicional, porque va a contramano de lo que predica y ejerce el mercado hegemónico. Pero trae incontables beneficios y satisfacciones que van mucho más allá de lo material: se trata de generar las condiciones para que el ser humano pueda desarrollar su potencial en un entorno colaborativo, basado en la solidaridad, el cuidado y la conciencia colectiva.

Por Yanina Paula Nemirovsky
El contenido de esta publicación no refleja la posición de la Fundación Avina sobre el tema.