¿Cómo el aumento exponencial en la disponibilidad del conocimiento ha transformado la vida en las sociedades actuales? ¿Qué dinámicas nuevas genera y cómo afectan la convivencia democrática? ¿Cómo se relacionan estas dinámicas con las problemáticas concretas de las personas, en especial en sociedades tan desiguales como las latinoamericanas? El filósofo y ensayista español Daniel Innerarity conversó con InnContext sobre estos y otros temas, en relación con los desafíos que enfrentan las democracias actualmente y la necesidad de construir acuerdos para la gestión de los bienes públicos.
Daniel Innerarity es catedrático de filosofía política y social, investigador IKERBASQUE en la Universidad del País Vasco y director del Instituto de Gobernanza Democrática. Es titular de la Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia del Instituto Universitario Europeo en Florencia.
InnContext: En tu libro La sociedad del desconocimiento, escribes: “Nunca el conocimiento había sido tan importante y a la vez tan sospechoso; nunca lo habíamos necesitado tanto y desconfiado al mismo tiempo de él; nunca habíamos depositado tantas esperanzas en el conocimiento como solución mientras se convertía él mismo en un problema”. ¿Podrías ampliar estas ideas?
DANIEL INNERARITY: La idea fundamental de la sociedad del conocimiento tiene que ver con algo que se puede entender yo creo que con facilidad. Nuestros abuelos, que por ejemplo habitaban un entorno rural, como era el caso de los míos, vivían en un mundo en el cual sabían lo que era necesario para el tipo de vida que llevaban. No había grandes ajustes entre lo que sabían y lo que debían saber. Nosotros, por el contrario, vivimos en un mundo en el cual sabemos muchos más de lo que sabían nuestros abuelos: tenemos el saber disponible y la ciencia ha avanzado muchísimo, pero el diferencial entre lo que sabemos y lo que deberíamos saber para enfrentar los riesgos y los escenarios futuros es enorme. Eso produce un tipo de angustia, de incertidumbre, de inseguridad que nuestros abuelos no tenían.
IC: Parece paradójico que tanto conocimiento genere incertidumbre. Pero teniendo en cuenta esta gran disponibilidad de información que tenemos hoy día, ¿qué lugar le damos al desconocimiento?
D. I.: El desconocimiento en buena medida tiene que ver con que estamos manejando tecnologías y configurando el mundo de maneras que implican riesgos. Cómo va a funcionar nuestra interacción con las máquinas, hasta qué punto la intensa intervención en el cuerpo humano, como consecuencia de tecnologías médicas o genéticas, va a desarrollarse, todo esto lleva a un futuro que en buena medida nos es desconocido y seríamos muy irresponsables si no le prestáramos atención. Por esto, estamos obligados, en esas sombras del futuro, a tratar de obtener algún tipo de luz.
Y dentro de este panorama, ¿cómo manejar el desconocimiento y la incertidumbre?
D. I.: Tenemos que hacer algo con ella, pero no es algo tan novedoso y en buena medida, ya lo hacemos. Por ejemplo, en donde yo vivo, el clima es muy incierto. Nunca sabes si hay que salir con el paraguas, si tienes que llevar ropa de abrigo, porque es muy cambiante, ya que vivo en una zona cerca del mar, cerca de la montaña, de transición. Pero solemos acertar, sobre todo si llevamos el paraguas, que aunque es molesto, sabes que lo puedes utilizar. Es decir que ya manejamos la incertidumbre; las relaciones humanas son espacios de incertidumbre, las relaciones de pareja, cuando implican un compromiso, nos introducen en un mundo completamente desconocido de desarrollo interpersonal, la amistad… Hay muchos espacios en los que los seres humanos ya estamos gestionando una incertidumbre y no lo hacemos demasiado mal.
IC: Sin embargo, pareciera que cada vez más se conforman grupos en torno a creencias o ideologías a las que les dan la categoría de verdad absoluta y explicación única del mundo. Entonces, pareciera que cada vez somos menos tolerantes al desconocimiento y más proclives a generar posiciones antagónicas. ¿Qué opinas sobre esto?
D. I.: ¿Has pensado en lo cómodo que es ser terraplanista o conspiracionista? Yo envidio un poco a esa gente, porque tienen la grata noticia, la comodidad, de que todo está bien conectado y además han identificado un culpable. Detrás de un acontecimiento complejo, han descubierto que la culpa la tiene alguien que está detrás de la conspiración y la conspiración es un mecanismo de asignación de relaciones causales en donde las relaciones son borrosas y las culpabilidades están muy singularizadas. Pero en la realidad lo que suele ocurrir es que las culpabilidades están bastante repartidas, hay autorías múltiples de las cosas y de las crisis. Con lo cual mi primera respuesta sería la siguiente: creo que efectivamente debemos hacer un esfuerzo de entender, sin justificar y sin darles la razón, por qué ocurren estos fenómenos en la sociedad en la que estamos, que satisfacen muy bien la necesidad de una explicación cerrada y compacta.
IC: Y llevando esto al plano de la democracia, ¿cómo crees que esto esté incidiendo en la capacidad de las sociedades de construir acuerdos?
D. I.: ¿Qué es la democracia en última instancia? La democracia es una forma de organizar la vida colectiva que ha sublimado la violencia en el sentido de Freud, es decir, lo que a lo largo de la historia de la humanidad se dirimía en choques, enfrentamientos, destrucción mutua y violencia ha sido sublimado en una forma mucho más sofisticada de confrontación que es el diálogo, la discusión. A veces entendemos el diálogo de una manera excesivamente pacifista, pero el diálogo incluye formas de confrontación y de conflicto. Seguramente sobrevaloramos la parte buena del diálogo e infravaloramos lo que tiene de intereses difícilmente compatibles y de conflicto. Pero el conflicto no desaparece en la democracia; más bien, en una democracia el conflicto se encauza y se resuelve, generalmente de modo parcial provisional y revisable, mediante acuerdos.
La cuestión de cómo conseguimos un acuerdo en un contexto de discrepancias tan radicales me permite introducir otra variable que ejemplifico del siguiente modo. Hace no muchos años, cuando se formularon las teorías de la globalización, a finales del siglo pasado y principios de este siglo, hubo diversas teorías sobre lo que significaba. Hubo una o varias que aseguraban que la globalización iba a conducir a una homogenización del mundo y se utilizaba la expresión de macdonalización, con lo cual se quería decir que íbamos a terminar todos pensando lo mismo, comiendo lo mismo, etc. En parte, eso se ha producido: Coca-Cola se vende y se consume en todo el mundo. Pero hoy en día, ¿dónde estamos?
En muchos lugares del mundo y para muchos temas, estamos más bien en mundos alternativos. Hemos perdido instrumentos de verificación que nos permitan saber si lo que pensamos se corresponde de alguna manera o no con la realidad y, de hecho, hay un debate en filosofía acerca del nuevo realismo y los límites de la interpretabilidad del mundo. Es decir que, lejos de avocar un mundo de conformidad, de homogeneidad, estamos ahora mismo en un momento de fragmentación, de experiencias de vida difícilmente compartibles.
¿Cómo podemos alcanzar acuerdos que entendemos que son la antesala de posibles transformaciones? Y esto es así, porque sin acuerdo no hay transformación de la realidad. Yo diría que el primer paso es hacer posibles experiencias de vida compartibles y comunicables. Si yo no hago el esfuerzo de entender de qué experiencia vital se nutre una posición ideológica, no solo antagónica respecto de la mía, sino difícilmente tolerable, como puede ser una posición extrema, machista excluyente, no seré capaz de dar ningún paso en la dirección correcta.
IC: Respecto de esto que dices sobre las experiencias vitales, en general desde nuestras posiciones individuales tendemos a situarnos en el lugar del que tiene que entender al otro que está mal (porque el otro es el que está mal, yo no). Si revertimos esos roles, antes que pensar en convencer al otro, ¿cómo yo reviso mis propias ideas?
D. I.: Una fórmula muy exitosa es tener una dieta informativa variada. Si solo nutrimos nuestras convicciones y argumentos, nuestra manera de pensar, con un nutriente aislado y obsesivo, vamos a perder la razón. Nietzsche decía una frase que me encanta, que es que todo oficio encorva. Todo oficio que nos da una habilidad, al mismo tiempo nos encorva porque nos hace ver el mundo solo desde una perspectiva. Y por lo tanto, es indispensable pluralizar la dieta informativa, en sentido metafórico, leer al adversario, abrirse argumentos alternativos. Cuando uno configura un equipo para tomar una decisión, debemos asegurar que haya el elemento de diversidad. Sospechar de entornos demasiado homogéneos, de solo hombres, de solo mujeres, de solo ricos, solo pobres, de solo una nación u otra. Creo que es un primer camino para que entendamos que nosotros mismos somos muy contradictorios, muy difícilmente explicables, y para poder abrirnos a la diversidad de otras personas.
IC: Volviendo a la cuestión de los acuerdos, y pensando en sociedades tan desiguales como las de América Latina, en las que además hay tantas carencias materiales, ¿cómo llevar estas discusiones al plano concreto y anclarlas en las problemáticas que influyen en las condiciones de vida de las personas?
D. I.: Acepto tu propuesta materialista, porque estamos hablando aquí de palabras, estamos hablando de diálogo, de lo común, pero esto se materializa, nunca mejor dicho, en cosas muy concretas. Por ejemplo, en mi ciudad hay ahora mismo una polémica sobre un parking que se quiere hacer en una plaza en la que hay unos árboles centenarios y que se ha constituido como el jardín de la gente que no tiene jardín en su casa. Entonces, ¿qué pasa con nuestras plazas? Voy a ser todavía más materialista que tú. Como consecuencia de la pandemia, los hosteleros ocuparon las aceras precisamente para garantizar que la gente tomara los aperitivos en entornos más saludables, en lugar de espacios cerrados. Uno de los grandes debates, que no sé si hemos abordado suficientemente, es la configuración material de la ciudad. ¿De quién son las aceras? ¿De los coches, de la gente que anda, de los hosteleros? Hay un debate ahí muy interesante. En la configuración física, material de la ciudad, se expresa el tipo de diálogo que tenemos.
Si tú ahora vas a esas ciudades norteamericanas en donde no hay plazas, en donde hay conexiones y nada más, obtienes una fotocopia del tipo de conversación que hay en la sociedad. La vieja ciudad europea, que hemos conocido y que ya en buena medida no existe, suponía que había unos espacios comunes en el centro de la ciudad. Eso en parte ha desaparecido y nos obliga a tener otro tipo de conversación. Pero lo que quiero decir con esto es que al final todas estas cosas se resuelven o se traducen en cosas materiales: hay refugios climáticos, hay aceras… ¿de quién son, quien las utiliza? ¿La calle es de los coches o es de los transeúntes? Estamos hablando de lo individual y de lo común, pero en última instancia eso se dirime en la propia organización del espacio físico. Que haya plazas, lugares para niños, lugares de encuentro de gente diversa, conectividad, transporte público, refugios climáticos, todas estas cosas son muy materiales y creo que corrigen un poco el espiritualismo con el que hemos hablado muchas veces, que ha llevado a entender la conversación pública como un ejercicio inmaterial de la palabra.
IC: Esto se relaciona con la cuestión de los bienes públicos. Tal vez ahí hay un espacio para el diálogo orientado al acuerdo para pensar y llevar a cabo la gestión de los bienes públicos y comunes. ¿Cómo lo ves?
D. I.: Hay una desigualdad fundamental que tiene que ver con que para algunas personas el mantenimiento de los bienes comunes es más relevante que para otras. Hay quien se puede asegurar de manera privada, al menos en el corto plazo, un futuro, y cree que su existencia depende menos de que haya espacios comunes, sanidad para todos, transporte público de calidad, etcétera. Hay algunos que creen que se pueden procurar estas cosas de una manera privada y por esto yo hablo de que hay una especie de privatización del futuro. Esa es la gran desigualdad. Por un lado están los grupos que dependen mucho de que lo común funcione y por otro, los grupos a los que les importa relativamente poco que lo común esté averiado. Eso funciona en el corto plazo, pero mi tesis es que, en el largo plazo, como decía Keynes, al final todos estamos muertos.
Para ilustrar esta tesis, uso este ejemplo. El cambio climático nos va a afectar a todos en el corto plazo de manera desigual, pero en el largo plazo nos afectará de manera muy igualitaria, desgraciadamente. Lo que puede ocurrir al final es que lo único que me pueda asegurar el aire acondicionado es que yo me muera de una manera más confortable que el que no lo tiene. Pero sí que es verdad que la desigualdad tiene mucho que ver con la vinculación que se establece entre lo individual, lo común y lo colectivo, pero en un mundo en el que los bienes comunes, clima, salud, estabilidad financiera, están cada vez más amenazados, hay un cierto factor de igualación que deberíamos entender y que deberían entender quienes se fían tanto de que esa protección se la pueden procurar por cuenta propia. Eso es un espejismo. Durará un tiempo, pero a la larga padecerán las consecuencias de la crisis climática, de la inseguridad ciudadana, de la inestabilidad financiera también ellos.
IC: ¿Qué tendríamos que aprender en la gestión de los bienes públicos y los bienes comunes?
D. I.: Como punto de partida, deberíamos ser capaces de que la gente entienda su importancia. Y que entienda la vinculación entre mi comportamiento individual y los bienes públicos, los bienes comunes o los males comunes. Esa inteligibilidad se ha quebrado, se ha roto, pero no solo por mala intención. No es que haya gente que maliciosamente se sustrae de las obligaciones de lo común, deje de pagar impuestos o ahora mismo incluso haga planes de irse a Marte cuando el planeta Tierra se vaya al garete. No solamente eso. Es también una de las funciones precisamente de la política, entre otras, la de hacer visible que para cierto tipo de problemas no hay más que soluciones cooperativas y salvaciones conjuntas y que la trayectoria individual es una mala solución.
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