Yásnaya Elena Aguilar Gil

Yásnaya Elena Aguilar Gil, lingüista, escritora y activista mixe, conversó con InnContext sobre sus perspectivas respecto de las luchas por el territorio, la tecnología y la situación de las mujeres indígenas en México y en América Latina. Para Yásnaya, las mujeres indígenas son oprimidas y relegadas a un plano doméstico a partir de un patriarcado que tiene sus orígenes en el régimen colonial. Al mismo tiempo, señala que las mujeres son las grandes protagonistas de las luchas por la defensa de los territorios, por su rol en las comunidades orientado al cuidado y la reproducción de la vida y la comunidad. Por otro lado, la autora también analiza el rol de la tecnología en la defensa de los territorios y considera que aporta importantes herramientas para la organización de las luchas territoriales. No obstante, según apunta, mientras sea un bien privativo, no estará al servicio de las necesidades humanas. Por esto, propone una tequiología: una tecnología basada en el tequio, una forma de trabajo colectivo que utilizan muchos pueblos indígenas desde tiempos prehispánicos para realizar obras comunitarias. Se trata de una tecnología que sea inclusiva y que adopte una perspectiva femenina, basada en los vínculos comunitarios, el cuidado y el bien común.

 

Las mujeres indígenas han sido históricamente protagonistas de las luchas por la defensa de los territorios ancestrales. Como ha señalado la lideresa miskita nicaragüense Myrna Cunningham, las mujeres indígenas son transmisoras del conocimiento, preservadoras de la cultura, los modos de producción y las formas de organización de sus pueblos. Y, en este sentido, establecen una relación con sus territorios que responde a lógicas colectivistas, de cuidado, preservación y reproducción de la vida.

No obstante, las mujeres indígenas sufren diversos tipos de discriminación estructural que deriva en violaciones a sus derechos humanos en todos los aspectos de su vida, según afirma un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Esto se muestra de muchas maneras, como en las deficiencias en el acceso de las mujeres indígenas a la tierra y los recursos naturales, que a pesar de los avances en la legislación, siguen estando en su mayoría en manos de hombres, en las formas de violencia que sufren las mujeres y su exclusión de los espacios de toma de decisiones, entre otros factores, que recopila un informe de ONU Mujeres llamado “Acceso de las mujeres indígenas a la tierra, el territorio y los recursos naturales en América Latina y el Caribe”.

Pero la importancia del papel de las mujeres no solo tiene que ver con la defensa de sus territorios. El informe de ONU Mujeres también indica que, a nivel global, las mujeres rurales producen más de la mitad de los alimentos que se consumen y tienen un rol clave en la adaptación de los cultivos frente al cambio climático, por lo que contribuyen de manera decisiva en garantizar la seguridad alimentaria de las comunidades y de los países. Por lo tanto, las mujeres rurales e indígenas no solo resisten, sino que también velan por el cuidado de la vida, en un contexto de opresión y marginalización.

Mujeres agricultoras. Foto: tierrafertil.com.mx

Una opresión con pasado colonial

En junio de 2017, un grupo armado de Tamazulápam del Espíritu Santo, en Oaxaca, México, se apoderó de 150 hectáreas de tierra, dentro de las que se encontraba un manantial que abastecía de agua a la población vecina de Ayutla. Ante este arrebato, las mujeres de Ayutla comenzaron a organizarse para reclamar por el derecho al agua en su comunidad, que les era privado no solo porque se les impedía el acceso al manantial, sino porque el grupo armado había destruido el sistema de tuberías que lo conectaba con el pueblo.

Foto: Educaoaxaca.org

La historia de Ayutla es una de las muchas historias de despojo de las comunidades indígenas y rurales de América Latina, no solo del agua, sino de los bienes naturales en general. En el 2020, se reportaron 1223 conflictos territoriales vigentes, la mayoría de los cuales estaban vinculados a procesos extractivos.

“A raíz de la crisis por el agua en mi comunidad, Ayutla, empecé a acercarme a los procesos de defensa del territorio”. Yásnaya Elena Aguilar Gil es lingüista, escritora y forma parte del colectivo de mujeres mixe que desde 2017 ha emprendido una larga lucha para devolverle el agua a su comunidad. Ella menciona ese conflicto como el inicio de su camino en la defensa del territorio. “En aquel episodio en que se nos quitó el manantial, hubo una balacera y cuatro mujeres fueron secuestradas y sufrieron violencia sexual. Y eso es una constante: siempre que grupos violentos atentan contra el territorio, atentan también contra los cuerpos de las mujeres”. Esto, añade Yásnaya, es un síntoma del tipo particular de opresión que sufren las mujeres indígenas por su papel en la defensa de sus territorios. “Es una forma de disciplinamiento del patriarcado”.

Según la escritora, no es casual que las mujeres indígenas sean las grandes protagonistas de las luchas por la defensa de los territorios: a todas ellas las une y las identifica una situación de opresión que tiene su origen en el sistema colonial. “Como mujer mixe soy heredera de un pasado cultural. Esta herencia no tiene que ver con ser mujer indígena, sino con ser mujer mixe. Me une a las mujeres mixes una tradición de pensamiento, una serie de conocimientos que tienen que ver con la relación con el cuerpo y con el territorio, con nuestro lugar en el entramado sociopolítico. Pero como mujer indígena, lo que he heredado es una serie de opresiones”. Estas opresiones representan el origen de la articulación y la resistencia de las mujeres indígenas.

Aura Cumes, antropóloga guatemalteca de origen kaqchikel, señala que el régimen colonial trajo consigo una forma de patriarcado originada en las sociedades europeas y basada en el ejercicio de la violencia contra mujeres, campesinos y naturaleza. Y, además, instaló una división jerárquica entre hombres y mujeres, que les otorgaba a los hombres de los pueblos originarios el poder de la interlocución con el régimen colonial. La autora indica que el patriarcado colonial consideraba a los varones indígenas como los representantes válidos de sus pueblos, lo cual, a su vez, transformó las relaciones entre hombres y mujeres que operaban en tiempos prehispánicos y relegó a las mujeres al plano doméstico.

En esta línea, la antropóloga afirma que el régimen colonial hace una distinción entre hombres y mujeres que ejerce una seducción del poder hacia los hombres. Y, al mismo tiempo, convierte a las mujeres europeas en mujeres blancas, lo que implica que las racializa, y les da ciertos privilegios que, a la larga, permiten establecer un pacto racial con los varones blancos. Aguilar menciona que es difícil hablar sobre ese pacto, pero está ahí y da lugar a una serie de relaciones complejas entre mujeres blancas y mujeres indígenas y afrodescendientes.

Más tarde, según Aguilar, los Estados Nacionales seguirán perpetuando estas jerarquías y le negarán a las mujeres sus derechos políticos. Y añade: “Como el interlocutor válido era el hombre, era él quien tributaba, pero las mujeres también realizaban el trabajo por todo el tributo en el sistema colonial. Y, por otro lado, el Estado reconoce a los hombres indígenas y les da derecho a voto. Y así se fue instalando el patriarcado en nuestras sociedades. Por esto, insisto en que el patriarcado que sufrimos las mujeres indígenas es un patriarcado que no se puede pensar sin colonialismo”.

Y así comienza también la resistencia de las mujeres. “Esta imposición del sistema colonial ha hecho que las mujeres indígenas resguardemos estrategias de resistencia que no son las del poder. La idea de poder en las mujeres indígenas está más orientada a la reproducción de la vida”, aclara Yásnaya. “Yo creo que el hecho de que las mujeres tengan que salir a defender territorios porque una minera contaminó el agua y puso en riesgo las vidas de los hijos es una defensa codificada. Así, las labores de cuidado, que en el patriarcado han sido históricamente despreciadas, vistas como algo que nos confina, en el caso de las mujeres indígenas son la estrategia de resistencia y de lucha, y representan una apuesta por la vida. Por eso, más que abandonar las labores de cuidado, les damos el valor que tienen, porque sin cuidados, la humanidad no tiene posibilidad de existir”.

Mujeres mixes se organizan en Ayutla para defender el derecho al agua de su comunidad. Foto: Página Abierta

De la tecnología a la tequiología

En el siglo XXI, la digitalización es uno de los elementos más importantes que ha transformado los vínculos humanos y, por lo mismo, ha tenido un fuerte impacto en las luchas por el territorio. En este sentido, Yásnaya Aguilar considera que es necesario cuestionar la relación entre tecnología y capitalismo. “Desde la revolución industrial se piensa que no puede haber desarrollo tecnológico sin capitalismo. Esta idea está en el centro de muchas discusiones y yo le llamo la falacia ad iPhone, porque el argumento es que si estás usando un iPhone no puedes criticar el capitalismo, porque sin revolución industrial y sin capitalismo no estaríamos aquí. Creo que hay que poner una gran discusión ahí”.

La tecnología, argumenta Yásnaya, tiene que ver con la curiosidad humana y ha sido un elemento presente en la humanidad desde sus mismos orígenes. “La escritura es una tecnología. Los sistemas agroecológicos, la milpa, que es un sistema agrícola tradicional, son tecnologías y, como cualquier otra, provienen del afán creador del ser humano. Son el resultado de miles de años de innovación y adaptación al ambiente. Entonces, tenemos que tener una visión amplia de la tecnología y no limitarla a lo digital”.

Pero, además, Aguilar señala que los aparatos digitales están fabricados a partir de minerales que salen de los territorios en conflicto. “los avances tecnológicos en la actualidad se construyen sobre la explotación de ciertos cuerpos y ciertos territorios. A costa de ellos se extraen los minerales necesarios para fabricar los teléfonos y las computadoras que usamos. Y mucha de la tecnología de la revolución industrial está basada en el trabajo esclavo. Nos hacen creer que occidente tiene más tecnología, pero no nos explican que para que alguien pudiera dedicarse a desarrollar tecnologías, tenía personas esclavizadas o mujeres haciendo labores de cuidado. Por eso creo que tenemos que reclamar nuestra participación. Cada vez que me dicen que los pueblos indígenas nunca hemos desarrollado un celular, yo respondo que ahí están mi sangre y mi territorio. Nos han excluido de la parte creativa, pero sin nosotros esa tecnología no existiría”.

Yásnaya aclara que el problema no es la tecnología en sí misma, sino su encuentro con el capitalismo. Y va más allá: “creo que la tecnología podría haber avanzado más sin capitalismo, porque podría ser propiedad colectiva, sus avances podrían dirigirse hacia el bien común, la eficiencia y no tendríamos obsolescencia programada”. Entonces, “lo que está acabando el planeta no es la existencia de celulares, sino su producción masiva. Porque si hiciéramos celulares muy buenos, que duraran muchos años, necesitaríamos menos minerales que incluso podríamos reusar. Pero eso no le conviene al mercado”.

Tequio para la recuperación del espacio público en Ciudad de México. Foto: Pie de Página/Ximena Natera

Bajo esta lógica, la escritora acuñó una palabra: tequiología. Viene de tequio, una palabra de origen náhuatl que hace referencia a una forma de trabajo colectivo y no remunerado que practican muchas sociedades de pueblos originarios desde tiempos prehispánicos. Es una tecnología social y un modo de organización por el que las personas ofrecen su trabajo de forma gratuita para el beneficio de la comunidad.

¿Es posible que el desarrollo tecnológico sea dirigido a partir de la lógica del tequio? Para Yásnaya, el movimiento de software libre puede dar respuestas a esta pregunta. “En nuestras sociedades, el tequio es una forma de resolver problemas y cumplir deseos y necesidades comunes. Y la filosofía del software libre es igual: es un software de código abierto, en el que todos podemos trabajar para mejorar, que no es privativo y por eso nos permite avanzar más rápido. Entonces, la tequiología es la idea de una tecnología abierta, no privativa, que sea un derecho más que una mercancía. Y al ser compartida, por un lado, puede avanzar más rápido, y por otro, puede no ser tan extractivista, porque no está orientada al consumo”.

Por esto, Aguilar remarca el hecho de que los pueblos indígenas no están en contra de la tecnología, como muchas veces se señala por la frecuente contraposición que muchos hacen entre conservación de la naturaleza y desarrollo tecnológico. “Estamos en contra de que la tecnología sea una mercancía; eso es lo que está acabando con el planeta. Y sí creo en la posibilidad, desde las tradiciones de pensamiento de nuestros pueblos, de pensar otro tipo de tecnología, en la que lo importante no es vender muchos aparatos, sino asegurar que estos bienes sean duraderos, que puedan ser compartidos y que permitan abrir el conocimiento”.

La tequiología, entonces, se convierte en una clave que puede aportar herramientas para la defensa de los territorios. Los espacios digitales han dado lugar a nuevos espacios de comunicación y participación, que hoy ya existen y configuran, a su vez, nuevas formas de organización de muchos movimientos sociales. Por este motivo, la autora resalta la importancia de convertir la tecnología en un bien público, que permita a los pueblos diseñarla en la medida de sus necesidades y orientarla hacia sus objetivos.

Las lógicas de la resistencia

Ante las grandes problemáticas territoriales, que tienen su manifestación planetaria en la emergencia climática, Yásnaya Aguilar propone revalorizar las lógicas femeninas y colectivistas. En primer lugar, esto implica volver a la noción de cuidado como un elemento central que debe regir todas las relaciones sociales. “Esos cuidados no solo tienen que ver con la familia, sino con todo lo que tiene que ver con la vida, que es el territorio. Por eso, en tiempos de crisis climática, los movimientos de mujeres indígenas, que tienen una visión colectiva de la lucha y cuya lucha está atada al territorio, traen muchas claves esperanzadoras”.

Y esto también, para la autora, implica cuestionar la noción de poder. “Muchas veces se supone que para cambiar las cosas hay que conquistar los espacios de poder. Sin embargo, muchas veces una tiene que subordinarse a la lógica que lo gobierna actualmente, para operar bajo las reglas de un Estado colonial, patriarcal y capitalista, que protege la propiedad privada y limita la participación de las mujeres”. Por esto, Aguilar propone desarticular el poder central recuperando la noción de lo micro.

“La sobrevaloración de lo macro sobre lo micro es un afán muy patriarcal. Supone que para cambiar lo macro necesitas conquistar el poder de lo macro. Pero supongamos que ese poder es una gran tabla de madera y nosotros somos termitas. Una sola termita no puede hacer nada, pero muchas termitas terminan comiéndose toda la madera. En esta misma lógica, si fortalecemos muchos espacios micro, le quitamos poder a lo macro”.

Y la autora concluye: “yo prefiero luchar para convencer a más personas de la importancia de lo micro, aquello que siempre ha estado fuera de las grandes avenidas, antes que de lo macro, que es el Estado, la concentración del poder, la lógica patriarcal. Quiero convencer a más de que estén del lado de los cuidados, de lo pequeño, y que conformemos muchos pequeños espacios articulados ayudándonos. Y que podamos recuperar lo que siempre ha sido despreciado, eso que está del lado de lo femenino”.


Imagen destacada: Marcha de mujeres en defensa del territorio, México, 2021. Foto: Desinformemonos/Francisco Lion – COTRIC.

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