América Latina tiene todavía un largo camino por recorrer en materia de gestión integral de residuos. Mientras las ciudades se expanden y la población y el consumo crecen, también aumenta la cantidad de residuos que se generan. Hoy en día, casi la mitad de los residuos de la región se disponen en basurales a cielo abierto, generando enormes problemas ambientales y riesgos a la salud humana. Solo dos de cada cien ciudades tienen programas formales de reciclaje, e incluso en esas ciudades, el funcionamiento de dichos sistemas es deficiente y se recupera apenas una pequeña fracción de los residuos potencialmente reciclables. El grueso de los residuos que se reciclan llegan a la industria a partir del trabajo que realizan alrededor de dos millones de recicladores informales que trabajan en las calles de las ciudades y en los basurales de toda la región. Con su trabajo, no solamente reducen la cantidad de desechos que se disponen en basurales y rellenos sanitarios, sino que además generan un flujo de insumos para la industria que reduce la presión sobre los ecosistemas por la extracción de recursos naturales. Además, crean una fuente de empleo para ellos mismos y para otros miles de trabajadores de la industria del reciclaje y reducen los presupuestos municipales al reducir los costos de la gestión de residuos.

Estos trabajadores conforman un sector que históricamente se ha trazado camino a pulmón entre un mar de dificultades: la pobreza, la marginalidad, el rechazo social, la falta de políticas públicas que reconozcan su trabajo. Sin embargo, prestan un servicio ambiental y social que hoy es indispensable para la sostenibilidad de toda ciudad, y representan una oportunidad para estructurar Sistemas de Reciclaje Inclusivo regionales y avanzar hacia el desarrollo de una economía circular[1]. Para esto, es necesario formalizar su trabajo en el marco de los sistemas de gestión de residuos, dotarlo de las condiciones, recursos y herramientas necesarias para profesionalizar su actividad y que sea reconocida como el servicio ambiental y social que es.

[1] La economía circular es una estrategia que tiene por objetivo reducir tanto la entrada de los materiales como la producción de desechos vírgenes, cerrando los «bucles» o flujos económicos y ecológicos de los recursos.​ 

Trabajadoras y trabajadores del reciclado al frente

En el centro de todo sistema de reciclaje inclusivo están los recicladores de base, que tienen muchas denominaciones en la región: catadores, recuperadores urbanos, cartoneros, pepenadores, gancheros, son algunas de las múltiples formas en que se llama a los recicladores en nuestra región. En sus orígenes, estos trabajadores son personas que comenzaron a encontrar formas de aprovechar la basura como medio de subsistencia. A pesar de esto, y a pesar de que la recuperación de materiales trae enormes beneficios ambientales, económicos y sociales, el trabajo de los recicladores de base todavía no es reconocido y, en su mayoría, se desempeñan en la total informalidad, bajo condiciones laborales muy duras. Y esto es porque todavía la sociedad misma no reconoce el valor de ese trabajo ya que no asigna los recursos necesarios para que su actividad se realice en condiciones adecuadas y optimice su aporte a la gestión sostenible de los residuos urbanos.

¿Y cuál es el valor de ese trabajo? En primer lugar, el recupero de materiales reduce la extracción de recursos naturales para producción de bienes, y alarga la vida útil de los rellenos sanitarios, ya que disminuye la cantidad de residuos que les llegan diariamente. También reduce las emisiones de gases de efecto invernadero, no solo por la menor disposición de residuos, sino también porque la producción de bienes con materiales reciclados genera menores emisiones que el uso de materiales vírgenes. Por todo esto, el trabajo de los recicladores es una acción de mitigación del cambio climático. A su vez, al representar un ingreso para cientos de miles de personas de la base social, el trabajo de los recicladores representa un aporte para reducir la pobreza y las brechas de inequidad en una región que hoy es la más desigual del mundo.

Ocho décadas de lucha en las calles

La lucha de los recicladores urbanos tiene larga data. Lo que empezó como una tarea totalmente marginal, casi ocho décadas atrás, hoy en día ha evolucionado en grupos organizados, cooperativas y gremios de trabajadores. Sin embargo, todavía falta entendimiento del significado de esa lucha. No es por limosnas: es por derechos legítimos. Ante la falta de capital, muchas veces los municipios disfrazan los pagos a los recicladores como montos de ayuda social y eso contribuye a estigmatizar su trabajo y a restarle valor. Es por eso que la reivindicación tiene que nacer de una sociedad que entienda que el trabajo del reciclador urbano es crucial para el desarrollo sostenible.

América Latina tiene una larga tradición de recicladores de base. Es una tradición de exclusión y marginalidad; de la gente en condición de pobreza que revolvía la basura para ganarse la vida, bajo condiciones ambientales crueles e insalubres. Hoy en día, esa realidad sigue existiendo en muchos basurales a cielo abierto de la región como el reflejo más crudo de las propias desigualdades de la sociedad. Los vertederos, las plantas incineradoras y los rellenos sanitarios siempre se instalan en las zonas más marginales. Así, las personas más pobres pagan las consecuencias ambientales de los excesos de una sociedad de consumo de la que solo reciben los restos.

Los sistemas de reciclaje inclusivo plantean una transformación de esta realidad. Los recicladores organizados han demostrado que ellos mismos son la tecnología de recupero más eficiente y, por lo tanto, el pilar fundamental del sistema. Por esto, cualquier sistema de reciclaje inclusivo debe estar coordinado y gestionado por ellos mismos, en conjunto con el estado y el sector privado. Una gestión así, colaborativa, en alianza entre diversos sectores, ha demostrado ser la más efectiva, no solo en el manejo de los residuos, sino también en la superación de las históricas desigualdades sociales.

Las brechas de los sistemas de reciclaje

A pesar de que las y los recicladores urbanos prestan un servicio que tiene grandes beneficios sociales y ambientales, han sido ignorados sistemáticamente. Sus derechos no han sido reconocidos en las leyes y las políticas públicas que dan marco a los sistemas de gestión de residuos, y por esto su tarea no es remunerada acorde al servicio que prestan. A su vez, los recicladores comercializan el material reciclable en circuitos informales, percibiendo ingresos que no cubren los costos asociados a la actividad que realizan. Esta falta de reconocimiento del trabajo de las y los recicladores, que se traduce en condiciones laborales inseguras y de informalidad, falta de regulación, de salarios dignos y de prestaciones sociales, es el gran obstáculo que impide a todo sistema de reciclaje inclusivo lograr una verdadera consolidación.

El modelo de negocio y de incentivos predominante en las últimas décadas en la gestión de residuos ha estado orientado a su recolección, transporte y disposición final como un asunto de mero saneamiento básico: sacar la basura de las calles y llevarla a un lugar para su disposición final. Este modelo consume entre el 20 y el 40 por ciento de los presupuestos municipales de la región y favorece la creación de intereses económicos que impiden la incorporación de objetivos de sostenibilidad ambiental, inclusión social y crecimiento de cadenas de valor basadas en la economía circular. En definitiva, los municipios y las ciudades gastan una enorme cantidad de dinero en prácticas de recolección y disposición insostenibles y dañinas, como basurales a cielo abierto o rellenos sanitarios.

A este contexto, se suma uno más reciente que también pone en jaque el desarrollo de los sistemas de reciclaje: Las tecnologías de incineración o “Waste to Energy”. Mientras en Europa las nuevas normativas de economía circular desincentivan la inversión en este tipo de tecnologías, y ciudades como Madrid han anunciado ya su salida gradual de la incineración de residuos, fabricantes y cooperación internacional están ofreciendo estas tecnologías activamente como la solución que América Latina necesita para la gestión de sus residuos. Si bien es cierto que en países del norte de Europa la incineración convive con altas tasas de reciclado, en contextos de baja institucionalidad e incipiente desarrollo de sistemas de reciclaje, esta tecnología compite de manera directa con el reciclaje por los materiales de mayor poder calorífico. Por esto, la incineración es una tecnología que amenaza el desarrollo y la existencia misma de los sistemas de reciclaje inclusivo que hoy luchan por consolidarse en la región.

Otro factor que dificulta la plena implementación de los sistemas de reciclaje inclusivo es la falta de leyes y regulaciones. La inversión necesaria para financiar un sistema de reciclaje es muy alta y no basta únicamente con la venta de materiales recuperados. Hay que financiar un sistema de logística y transporte, pagar los sueldos de los recuperadores y las prestaciones sociales. Pero los estados nacionales y municipales no disponen de los recursos necesarios para el completo desarrollo de estos sistemas y por esto cada vez es más imprescindible que en la región se debatan y tracen normativas de Responsabilidad Extendida / Compartida del Productor, que con diferentes instrumentos permitan contar con los recursos para realizar las inversiones necesarias.

Si bien ya hay algunas experiencias de este tipo en la región, como el Acuerdo Sectorial de Brasil, la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor de Uruguay, el impuesto redimible a los envases de Ecuador y la reciente ley de Responsabilidad Extendida del Productor de Chile, la realidad es que es una temática en la que queda mucho camino por recorrer, camino que no está exento de obstáculos, por ser un tema que toca intereses diversos y contrapuestos. Hay casos en la región en donde el financiamiento proviene de las arcas del estado, ya sea por el cobro de otros impuestos, como ocurre en Buenos Aires o Curitiba, o por el cobro de tasas de gestión de residuos a la población, como el caso de Bogotá. Pero estos esquemas tienen limitaciones para crecer y consolidarse y lo que se necesita son esquemas que coloquen de manera adecuada responsabilidades y asignación de recursos, para contar con sistemas de recupero efectivos.

Consolidando el reciclaje inclusivo

Pero también corresponde mirar hacia adentro de las propias organizaciones de recicladores urbanos para lograr la consolidación del modelo de reciclaje inclusivo. Las organizaciones de recicladores, gestadas como espacios de contención para una población marginal y vulnerable y como instrumentos de organización para el reclamo por derechos vulnerados, deben adquirir capacidades que les permitan prestar el servicio y participar efectivamente en la cadena de valor. Hay todavía mucho por hacer en ese terreno, pero a la vez hay muchos actores dispuestos a acompañar el proceso.

En este sentido, la sociedad civil tiene que ser uno de esos actores. Es indispensable la participación activa de las y los consumidores que, desde lo cotidiano, ayuden a sostener ese sistema. La separación en origen es un factor determinante a la hora de garantizar la sostenibilidad de un sistema de reciclaje. Esto quiere decir que el trabajo de separación y clasificación debe comenzar en casa. Hoy más que nunca existe una voluntad de reciclar por parte de la sociedad, de la mano de una creciente conciencia sobre los graves problemas ambientales que genera la mala gestión de los residuos. De esta manera, no solo se revaloriza el trabajo de los recicladores urbanos, al poner a su disposición algo que no es basura sino una materia prima, sino que también se revalorizan los recursos naturales que fueron utilizados para hacer lo que se está desechando.

En última instancia, la consolidación de un sistema de reciclaje se manifestaría en el traspaso hacia lo que se conoce como economía circular. El mantra de la producción que rige actualmente es “extraer, producir, usar y tirar”. En una economía circular, todo el sistema se orienta, desde la producción, hacia la reutilización de los recursos. Esto quiere decir que los propios procesos productivos buscan alargar al máximo la vida útil de los materiales que entran en el ciclo, reciclándolos o utilizándolos para otros procesos. Una economía así está en armonía con el gran sistema que es la Naturaleza y que verdaderamente gobierna todos los aspectos de la vida. Hoy en día, muchos países europeos están legislando en favor de una economía circular, para comenzar a salir de la lógica del extractivismo en la producción y en la gestión de los desechos urbanos. Tecnologías como la incineración ya se muestran obsoletas, ineficientes y contaminantes y han dejado en evidencia la necesidad de migrar hacia una economía circular, en favor de la sociedad y del ambiente. La economía circular también es una alternativa al agotamiento de gran parte de la materia prima que se utiliza hoy.

La opción superadora

La cuestión de los residuos urbanos es compleja y todavía queda un largo camino por recorrer para lograr la transformación que requieren las sociedades. En especial, todavía quedan muchas y muy fuertes resistencias que tienen que ver más con los intereses económicos que con una búsqueda genuina del bienestar social y ambiental. En un contexto así, es la propia ciudadanía la que debe generar esa demanda de base que los gobiernos no puedan ignorar. En América Latina ya hay ejemplos, en países como Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador o Perú, que han convertido en realidad los sistemas de reciclaje con participación formal de las y los recicladores urbanos agrupados en cooperativas. Estos casos ofrecen aprendizajes sobre buenas y malas prácticas, pero sobre todo demuestran que la lucha de los trabajadores organizados rinde frutos, no solo para ellos mismos, sino también para la sociedad y la naturaleza.

Pero todavía hay otros cientos de miles de trabajadores y trabajadoras que recorren las calles en busca de materiales, que revuelven los basurales, sin elementos de seguridad y en la total precariedad. Esto ocurre en toda la región. Un sistema de reciclaje inclusivo en una economía circular implica mucho trabajo y recursos, pero en última instancia es el camino hacia una gestión sostenible de los desechos urbanos. En este punto, la pregunta no es si el mundo podrá persistir en este sistema de producción de basura y despilfarro, que ya ha evidenciado su propia caducidad. La pregunta es: ¿por cuánto tiempo más se podrá sostener lo insostenible?

Links y bibliografía

http://www.planetica.org/cooperativa-el-alamo

http://www.buenosaires.gob.ar/ciudadverde/separacion/porque-debemos-separar/cooperativas-de-recicladores-urbanos

https://reciclajeinclusivo.org/

https://www.youtube.com/watch?v=2y-Zsc5Bkeo

Guía para la separación en origen: https://farn.org.ar/wp-content/uploads/2012/08/publicacion_rsu_dic2011.pdf

Ecología política de la basura. Pensando los residuos desde el Sur. 2017, Quito, Ecuador. María Fernanda Solíz T., coordinadora.

  1. Pequeña historia sobre cómo los residuos invadieron nuestro continente. (Magdalena Donoso).
  2. La lucha de los recicladores de oficio en el continente americano (Nohra Padilla Herrera).