En 1972, el MIT (Massachussets Institute of Technology) publicó el informe The limits of growth (Los límites del crecimiento). El informe alertaba sobre una futura crisis ecológica en apenas cien años, causada por un uso extralimitado de los recursos naturales que estaba acercándose peligrosamente a los límites naturales del planeta. Hoy día, a casi cincuenta años de la publicación, ha transcurrido la mitad del plazo y la tendencia pronosticada, lejos de revertirse, se acelera. Luego de más de dos siglos de extraer hidrocarburos de la tierra y lanzarlos a la atmósfera en forma de gases, este escenario comienza a manifestarse en forma de cambio climático y crisis energética. En este contexto, la hora de las energías renovables se convierte en una necesidad. Y hoy más que nunca están creciendo en importancia a nivel global: con mayores inversiones, mejoras tecnológicas y unas facilidades para su acceso sin precedentes.

En los próximos veinte años, el sector energético promete dar un vuelco histórico muy similar al ocurrido con las tecnologías digitales. Hacia el 2030, cabe esperar una energía producida a partir de fuentes renovables, a bajo costo, almacenada para poder ser utilizada en cualquier momento, interconectada en una red de redes e incluso distribuida gratuitamente en algunos casos. Así como hoy en día podemos encontrar redes de WiFi abiertas, de igual manera podremos obtener energía de la red de redes. Dos revoluciones paralelas y con un mismo propósito.

Una región privilegiada

Si acaso hay una región en el mundo con condiciones favorables para consolidar esa transición, es América Latina. En efecto: es inmensa en territorio, diversa en sus ecosistemas, sus geografías, su biodiversidad y sus climas. Desde el desierto de Atacama, cuyo cielo diáfano recibe luz solar casi todos los días del año, hasta la Patagonia, con sus fuertes vientos soplando sin cesar, el continente cuenta con inmejorables condiciones para generar energía a partir de fuentes renovables.

Por otro lado, las energías renovables tienen la particularidad de surgir de recursos libremente disponibles, como el sol o el viento. Esta condición permite que, a medida que disminuya el costo de generación y se creen los mecanismos legales y fiscales adecuados, se pueda acceder a recursos energéticos en escalas locales. Esto quiere decir que muchos territorios podrán abastecerse de energía de forma autónoma, si acaso se dificulta su acceso a la gran red. Además, quienes produzcan su propia energía, podrán vender sus excedentes a la red, generando un nuevo tipo de ingreso necesario para el desarrollo de las comunidades. Así, el sueño de la integración energética latinoamericana por primera vez parece posible.

La clave del éxito

La clave para lograr el avance de las energías renovables no es solamente bajar sus costos y aumentar su eficiencia. Actualmente, el gran desafío tiene que ver con lograr una provisión estable de energía aún en momentos en que no haya ni sol ni viento. Para esto es necesario contar con una enorme capacidad de almacenamiento de energía. Hoy día, los costos de almacenamiento se están reduciendo exponencialmente, al tiempo que aumenta la densidad energética en las baterías y/o nuevas tecnologías de acumulación energética. Esto permitirá consolidar finalmente la generación y el almacenamiento de energía solar y eólica de bajo costo, dando paso, en los próximos cinco a diez años, a una explosión de ciudades alimentadas por energías renovables y conectadas con vehículos eléctricos. De hecho, en los países más avanzados tecnológicamente, es muy probable que la totalidad de los vehículos livianos que se comercialicen sean eléctricos hacia el 2030.

Uno de los sectores que mayores transformaciones experimentará luego de la irrupción de las energías renovables será el transporte. En la actualidad, aproximadamente la mitad de los combustibles fósiles se utiliza para el transporte, para alimentar motores de combustión interna cuya eficiencia energética es apenas superior al 30%. Esto quiere decir que la tercera parte de la energía se utiliza y el resto se disipa. Los vehículos eléctricos, en cambio, tienen una eficiencia del 95%, por lo que el costo por distancia recorrida en transporte eléctrico se reduciría hasta diez veces en comparación con los vehículos que utilizan hidrocarburos actualmente. Si bien es cierto que el precio de compra de los vehículos eléctricos todavía es alto, la mitad de ese precio corresponde a la batería. El gran reto, entonces, es lograr disminuir los costos de las baterías para producir vehículos eléctricos al mismo precio que los de combustión antes de 2025.

Menos es más

El mundo está actualmente debatiéndose entre el modelo viejo, el de los hidrocarburos contaminantes y limitados, y el modelo emergente, el de las energías renovables, sostenibles y de menor impacto ambiental. En Latinoamérica, se proyecta una demanda energética hasta siete veces mayor que la actual y esto impulsa a los países a seguir en el camino de los hidrocarburos. Además, los yacimientos de petróleo descubiertos en Brasil y las nuevas reservas de gas no convencionales como Vaca Muerta en Argentina, plantean una complejización no libre de tensiones hacia la necesaria transición energética.

En este contexto, gran parte del desarrollo tecnológico en materia de energía renovable está centrado en aumentar la eficiencia. Fundación Avina, en esa dirección, está desarrollando, junto a Cup Science y WTT, tecnologías basadas en sistemas caóticos de captura y transmisión de energía radiante que pueden revolucionar el paradigma de la eficiencia energética. Esto no solamente implica hacer más con menos, sino también reducir la presión sobre los recursos naturales y el impacto ambiental de la generación de energía.

Si bien la tecnología asociada a las energías renovables está en pleno auge, hay otro salto importante, quizá el más importante de todos, y tiene que ver con la conciencia. Esta vez no se trata de la prevalencia de un modelo frente a otro. Es la propia continuidad de la civilización lo que está en juego y la necesidad de una transición energética con visión de largo plazo se impone. El concepto clave del 2030 es la sostenibilidad en todo sentido, y por eso construir una matriz energética sostenible es, no ya la mejor opción, sino la única.

Por Alejandro Gottig