Nunca antes en la historia los movimientos feministas alcanzaron la visibilidad y pregnancia que tienen hoy en la sociedad. Luchas como #NiUnaMenos, #TimeIsUp y #MeeToo demuestran que cada vez son más las mujeres que alzan sus voces en reclamo de justicia y equidad y que se atreven a denunciar lo que en otros tiempos no tan lejanos callaban. Colectivos de mujeres, movimientos por las diversidades sexuales y aliados feministas salen a las calles masivamente para apoyar a aquellas que sufren la injusticia y la violencia motivada por la inequidad de género. Las mujeres se miran unas a otras y reconocen una hermandad: la vivencia de una es la vivencia de todas. Para nombrar ese sentimiento emplean una palabra poderosa como lo es “sororidad” (solidaridad entre mujeres en un contexto de discriminación sexual). Muchas mujeres reconocidas en esferas públicas se han atrevido a contar sus propias vivencias como víctimas de la discriminación, el abuso y la violencia. Y sus voces han servido como un gran amplificador para esos movimientos que articulan en la diversidad, se organizan en la integralidad, persisten en la adversidad e impactan hasta la transformación.
Feminismos todoterreno
Si bien la lucha por los derechos de la mujer hoy está más vigente que nunca, para nada es una lucha nueva. Los feminismos tienen larga data y frecuentemente se insertan dentro del marco de otras demandas. En los movimientos en defensa de la educación, Malala Yousafzi y Camila Vallejo son referentes que han visibilizado la falta de oportunidades para niñas y mujeres que, en muchos contextos, se les niega el derecho a aprender. Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, defensora de los derechos humanos y de los indígenas, es una luchadora histórica por los derechos de las mujeres. Angela Merkel y Marichuy, dos mujeres de orígenes y realidades muy diferentes, han ocupado lugares centrales en la escena política en Alemania y México respectivamente, poniendo de manifiesto la necesidad de incorporar una perspectiva de género en la toma de decisiones.
Todas estas lideresas, desde sus lugares y con sus voces, han demostrado que la lucha de las mujeres atraviesa todos los ámbitos. Ellas han dejado en claro que no puede existir ningún desarrollo justo y equitativo sin una perspectiva de género como marco general. Y es que la cultura patriarcal está arraigada en todos los ámbitos, tanto el social y político como así también el doméstico. Así, la problemática se manifiesta de forma transversal en todas las esferas de la sociedad: en el trabajo, con la falta de equidad de salarios y en la casa, con la falta de reconocimiento del trabajo doméstico. Se manifiesta en contradicciones, cuando no existe la libertad de decidir sobre el propio cuerpo a la vez que el cuerpo mismo se convierte en una mercancía. Pero también tiene manifestaciones más extremas: la violencia, la trata y la explotación sexual. Todos fenómenos que emergen de un sistema patriarcal opresivo, que se impone muchas veces dentro del marco de la ley y muchas otras en la ilegalidad, que impide el pleno desarrollo de todos los seres humanos en libertad.
Mujeres latinoamericanas a la vanguardia
En América Latina las luchas feministas han estado estrechamente vinculada a la defensa de la tierra. La Madre Tierra, protectora, dadora de vida, la que nutre y cobija, es la primera que está siendo violentada, y con ella, todas sus hijas. Debido a la historia de conquista común a la región, las reivindicaciones de los movimientos feministas de América Latina están planteadas desde los derechos colectivos. Así es como los derechos de los pueblos indígenas y la defensa de sus territorios y de los recursos naturales para el alcanzar el Buen Vivir tienen como base el respeto profundo a la Madre Tierra.
En el ámbito institucional, existe un marco de referencia normativo en América Latina que provee instrumentos regionales de protección de los derechos de las mujeres y la igualdad de género. Se trata del Consenso de Montevideo sobre Población y Desarrollo, elaborado en el 2013, que exhorta a los estados a incorporar perspectivas de género en sus políticas públicas. Estas perspectivas tienen que ver con garantizar los derechos sexuales y reproductivos, erradicar las violencias en general y contra las niñas y mujeres en particular y subvertir las desigualdades estructurales motivadas por el género, la raza-etnia, la edad, la orientación sexual, la identidad de género y el nivel socioeconómico. El objetivo es generar una institucionalidad que atienda las causas de las desigualdades estructurales, que erradique las leyes discriminatorias, que incorpore las necesidades propias de las mujeres y que construya patrones de desarrollo sostenibles y justos, sobre la base de la transparencia y la rendición de cuentas.
La lucha feminista no se trata solamente de las mujeres. Género no es igual a mujer. Incluye lo femenino y lo masculino y de allí su interdependencia. Es una lucha que, por su origen y por su naturaleza, sienta las bases para un desarrollo en condiciones de equidad y justicia para todos los seres humanos y que integra y se intersecciona con las diversidades. El futuro es una pregunta abierta, pero si acaso existe alguna certeza, es que para alcanzar ese desarrollo sostenible que se espera construir hacia el 2030, debemos incluir a las mujeres y los movimientos por las diversidades sexuales para caminar a la par. Con el reconocimiento de diferencias, necesidades y cualidades propias, paso a paso se llegará a la igualdad..
Los cuatro pilares del desarrollo sostenibleMarcela Lagarde, en su libro “Género y feminismo”, afirma que las mujeres son el sujeto histórico que más oposiciones ha encontrado para aportar a la construcción del paradigma de desarrollo. Ella menciona que el patriarcado ha convertido el desarrollo en un atributo de la condición masculina, mientras que a su vez limita las posibilidades de vida de las mujeres. En este sentido, Lagarde propone considerar cuatro componentes del desarrollo humano sostenible a partir de la perspectiva de género. La equidad, a partir de reconocer las desigualdades basadas en el género y construir nuevas bases para que hombres y mujeres puedan acceder a las mismas oportunidades. La productividad, que resulta de reestructurar el trabajo, repartir las tareas de forma más equitativa y reconocer las tareas domésticas como parte del trabajo que impulsa la economía. El empoderamiento, que es una cualidad de todas las personas y los grupos sociales. En una perspectiva de género debe ser ejercido a través de acciones y políticas que tiendan a la equidad entre varones y mujeres, con el objetivo de cambiar “normas, creencias, mentalidades, usos y costumbres” para “crear derechos de las mujeres hoy inexistentes” . La sostenibilidad, que asegura la continuidad del bienestar a las generaciones del futuro. |
Verónica Vázquez García, Número 2 / Época 2 – Año 14 / Septiembre 2007 – Febrero 2008