El 4 de diciembre de 2022, Gustavo Petro, presidente de Colombia, anunció la designación de jóvenes privados de la libertad y señalados de cometer delitos en protestas sociales como “voceros de paz”, con el propósito de desarrollar actividades orientadas a la concreción de acuerdos y contribuciones para la consolidación de la paz.

En el entendido de que la protesta social “es un derecho democrático, el derecho a expresarse y a movilizarse”, como lo manifestó el presidente en uno de sus discursos, y haciendo uso de la Ley de Paz Total o de orden público, que hace de la paz una política de Estado, el presidente seleccionó a las primeras siete personas, de un grupo de 283 que podrían hacer parte de esta apuesta, para nombrarlas voceros de paz y adelantar acciones de negociación y diálogo. Se debe aclarar que estas personas, si bien saldrán en libertad, continuarán vinculados a sus procesos penales.

De igual forma, el gobierno viene avanzado en la iniciativa de los gestores de paz, que, a diferencia de los voceros, serán jóvenes que aportarán con su participación al desarrollo de programas de convivencia y paz y contarán con un salario mensual.

Padre Leonel Narváez. Foto: Encuentro Mundial de Valores

La implementación de estas figuras, tanto de voceros como de gestores, ha generado todo tipo de reacciones. Algunos sectores la consideran un acto de impunidad y otros, una forma de justicia restaurativa. Pero ¿qué tanto impacto puede generar? Para el padre Leonel Narváez, presidente de la organización Fundación para la Reconciliación, quien por más de 20 años ha trabajado con víctimas y actores del conflicto armado, la propuesta es una buena iniciativa y enfatiza en la necesidad de abordar los procesos de reconciliación y convivencia desde el reconocimiento del otro y no desde una estrategia basada en el odio y en las armas. Es decir, una estrategia que logre realmente construir sociedad.

“La figura de los gestores de paz existe en muchas partes del mundo. En Colombia los primeros voceros de paz fueron Gerardo Antonio Bermúdez Sánchez, alias ‘Francisco Galán’, y Elda Neyis Mosquera García, alias ‘Karina’, durante el gobierno de Álvaro Uribe. Galán fue un disidente de ELN que, tras ser capturado y torturado por la policía, pagó casi 14 años de cárcel. Cuando salió fue nombrado gestor de paz. Por más de seis años, Francisco Galán cargó una camisa ensangrentada producto de la tortura y me comentó cómo esa camisa alimentaba ese airecito sabroso de la rabia que le daba recordar lo que le habían hecho. Pero llegó un momento en que se dio cuenta de que alimentar la rabia, el rencor y el odio no servía. Y en una ocasión, sacó la camisa y la quemó” contó Narváez.

Y continuó: “Karina es una excombatiente de las FARC que se volvió cristiana y en la cárcel comenzó a ayudar a muchas personas. Ella fue una de las mujeres más crueles que tuvo la guerra, infligió un dolor muy profundo a muchas personas y sobre todo a niños y niñas. Esa crueldad incluso quedó reflejada en su rostro. Cuando uno mira Karina, le da miedo. Pero en los seres humanos más crueles no sólo existe la bestia, sino también el ángel. Uno puede sacar la bestia o el ángel de las personas según las circunstancias”.

Narváez expresó que “este contexto es solo para decir que a mí me parece que es una buena iniciativa: no conviene seguir con una estrategia ya fallida de luchar contra los criminales, con las armas en las cárceles. En Colombia llegamos a tener el ejército más grande de Latinoamérica después de Brasil y tampoco sirvió. Los indígenas Nasa suelen decir que las armas son el fracaso de la palabra. Me parece que lo que está tratando hacer Petro es precisamente aplicar este dicho”.

El pasado mes de diciembre, el presidente Petro anunció la designación como voceros de paz de personas que habían participado en las protestas sociales, especialmente el Paro de 2019 y que están privadas de la libertad. ¿Cómo decirle a la sociedad que personas que de una u otra forma han hecho actos delictivos, todavía con procesos penales, se consideren ahora voceros de paz?

Nosotros hemos trabajado con muchos excombatientes de las FARC, pero también con grupos paramilitares, víctimas y victimarios. En Colombia desde el año 1982, cuando era presidente Belisario Betancur, se crearon estas amnistías o estas negociaciones con las guerrillas y se dio la posibilidad de que ellos se reinsertaran a la sociedad. Esto no es nuevo. Lo que pasa es que en Colombia existe una cultura que se llama populismo punitivo, que busca castigar y eso nos está costando muy caro. Si Colombia logra hacer un cambio, tiene que ser un cambio culturar, de valores, de posiciones ante la vida. Colombia ha tenido a muchos reinsertados desde hace muchos años y nosotros ahora estamos alzando la voz porque este gobierno está dando la posibilidad que las personas se reinserten en la sociedad civil y no en la sociedad carcelaria. La imaginación humana ha sido tan corta, tan miope, que ha pensado que la única forma de recuperar a los criminales es quitándole la libertad.

Lo primero que debemos analizar es que los victimarios primero fueron víctimas y eso es repetitivo, todos vienen de unos datos estadísticos muy tristes, un nivel bajísimo de educación, de salud. Es aquí donde se comete la gran injusticia. El gobierno es el responsable de dar salud, de dar tierra, de dar empleo.

Celebración del quinto aniversario de los Acuerdos de Paz en Colombia. Foto: Amnistía Internacional

¿Pasar de un proceso punitivo a procesos restaurativos no es una apuesta demasiado arriesgada?

Hoy es día cada vez es más fuerte. En la academia, por ejemplo, el Instituto de Justicia Criminal en Harvard dice que entre menos criminalicemos a las personas que hacen mal en la sociedad, más fácilmente los podremos recuperar. Esta posibilidad de los voceros de paz me parece lúcida, válida; me parece que es la salida. ¿Cómo seguir creyendo que las armas y las cárceles son la salida? Eso es querer seguir haciendo cosas que no sirven para nada. Yo llevo más de 20 años trabajando en temas de violencia, pero sobre todo en reconciliación, y me doy cuenta de que los colombianos estamos cambiando. Hace 20 años nosotros sacábamos la palabra perdón o reconciliación en una conferencia y eso era como sacarle el trapo rojo a un toro. Hoy en día, me quedo impactado por cómo estos temas van ganando espacio y la gente los escucha, esas palabras ya están posicionadas en el lenguaje público. Nos falta mucho, pero hoy pienso que, si hiciéramos de nuevo un plebiscito por el sí, por la paz, seguro que ya no sería 49 y 50, sino que sería un 60% la población a favor de la reconciliación. Colombia se está culturando en ese sentido y el que haya escogido a Gustavo Petro es algo significativo.

El gobierno dice que este proceso es una herramienta de reconciliación o de reencuentro entre las familias como una forma de convivencia armónica entre, por ejemplo, quienes apoyan la protesta social y quienes no. Pero es la forma de reconciliarse entre quien pudo haber estado y quienes no están. ¿Estamos preparados para este tipo de procesos restaurativos?

La humanidad está dando un salto evolucionario grande hacia la justicia para restaurar. Este tema de restauración es muy importante. Quienes han sufrido el conflicto directamente están más predispuestos hacia este tipo de procesos de reconciliación y perdón qué sociedades urbanas que viven en una burbuja. En el plebiscito, el apoyo del sí fue todo de la periferia, de la Colombia profunda, de las víctimas. En cambio, aquí estas personas de corbata y mancornas que no han sufrido la violencia, que no les ha faltado agua, ni luz, ni carretera, ni nada, son los que se han opuesto. Nos toca restaurar en lugar de castigar.

¿Qué escenarios y qué riesgos ve en esta apuesta por los voceros de paz?

Va a ser muy importante ayudarle a todos estos jóvenes en un proceso de cambio. Uno de los grandes peligros es que los dejen a la iniciativa de ellos como sucedió con Pacho Galán y Karina. A ellos los nombraron, pero no les dijeron lo que tenían que hacer. Yo entiendo que ahora existe un comité especial para escoger quiénes son los que pueden salir.

El vocero de paz no se puede despegar de las imputaciones penales que puedan venir, eso debe quedar muy claro. Lo que sí creo es que para que sean voceros de paz necesitan capacitación, y lo primero que hay que hacer es ayudarles a estos muchachos a superar una memoria triste, una memoria ingrata de mucha violencia implícita en ellos desde chiquitos, una violencia infligida con la pobreza, con el abandono total de esa Colombia profunda que nosotros no conocemos. Que tengan las cosas mínimas: salud, educación, vivienda, trabajo.

Hay que hacer ejercicios de recuperación o transformación de la memoria ingrata en memoria placentera, en memoria alegre de la paz y no de la violencia.

Los voceros de paz hacen parte de la apuesta del gobierno por lograr una paz total que engloba la negociación con grupos armados, involucrando a las comunidades y la sociedad civil en las negociaciones con propuestas y la construcción de proyectos como el Plan Nacional de Desarrollo.

Autora: Damaris Castillo


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