Frente al visible y generalizado malestar social, Luigi Ciotti, un sacerdote con extensa trayectoria en la agenda social, se preguntó qué se podía hacer desde la sociedad civil. La primera idea fue formar una organización, pero ya había muchas y el problema era que el poder de la mafia se infiltraba en esas estructuras, por lo que propuso formar una red. Así, Ciotti comenzó un recorrido de tres años por toda Italia visitando a cada organización explicando la idea de conformar un espacio colectivo para darle escala a la lucha contra la mafia desde la sociedad civil. Esa peregrinación, muchas veces a punto de convertirse en vía crucis, culminó en 1995 con la formación de la Red LIBERA, asociaciones, nombres y números contra la mafia.

El espacio fundado en Roma, integrado en su mayoría por organizaciones sociales vinculadas a la iglesia y otras impulsoras de ideales de izquierda, se planteó como primera acción un objetivo bien concreto que fue impulsar la ley que regulara la confiscación de los bienes de la mafia. Fue una idea simple pero eficaz.

Alcanzado el objetivo y sancionada la norma, la estrategia pasó a ser la lucha de la sociedad civil contra la mafia en base a memoria, formación (prevención) e incidencia en políticas públicas. Lo que no quiere hacer el Estado tiene que ser un motivo para despertar a la sociedad para presionar a que lo haga.

Pero aquel impulso de los ’90 que llevó a la sociedad a manifestarse masivamente contra el delito se fue diluyendo y en la actualidad no hay presión social sobre la mafia en las dimensiones necesarias para terminar con el estado de mafiosidad instalado.

El tráfico de drogas (heroína, cocaína, cannabis, marihuana, éxtasis) es la primera entrada de la facturación de las bandas criminales. Según el informe sobre drogas a nivel mundial, realizado por Naciones Unidas en 2007, este mercado criminal cuenta con más de 230 millones de consumidores en todo el mundo. Europa representa el segundo mercado de drogas global después de América del Norte.