Por primera vez en tres años, el Índice de Democracia no se deterioró. Pero tampoco registró ningún progreso.
¿Se puede medir la democracia? La respuesta es: sí, se puede. Pero no sin ciertas licencias, exclusiones y reducciones. Desde el 2006, la Unidad de Inteligencia del periódico británico The Economist se ha dado a la tarea de medir el nivel de democracia en 167 países del mundo. El Índice de Democracia (Democracy Index) es un termómetro que, año tras año, mide la salud de la práctica y de las instituciones democráticas de cada uno de los países analizados y del mundo en su conjunto. Recientemente se publicó el Índice de Democracia para el 2018 y una de las principales conclusiones que arrojó es que la confianza en el sistema democrático está en decadencia. Pero a la par que decae la confianza, emerge con fuerza otro factor: la participación ciudadana. Tal es así, que en 2018 fue el gran sostén que impidió que el Índice de Democracia se fuera a pique.
La ciudadanía no está de brazos cruzados
De las cinco categorías que componen el Índice, la que mide el “funcionamiento del gobierno” es la que tuvo el peor desempeño. En esta categoría se evalúan aspectos como la transparencia, la rendición de cuentas y la corrupción. Y no es para menos: en los últimos años, diversos casos de corrupción salieron a la luz, exponiendo los entramados de la política, el sector privado y el crimen organizado. Investigaciones transnacionales como los Panama Papers y los Wikileaks han salpicado a funcionarios de alto nivel a lo largo y ancho del mundo. Sigmundur Gunnlaugsson, quien fuera Primer Ministro de Islandia, renunció al cargo inmediatamente después de publicarse la investigación, al descubrirse que poseía una compañía offshore no declarada ante las autoridades fiscales. Otros mandatarios, como David Cameron, de Inglaterra, Vladimir Putin, de Rusia y Nawaz Sharif, de Pakistán, también fueron señalados por sus vínculos con la firma panameña Mossack Fonseca. Todos casos que lesionaron la credibilidad de las instituciones democráticas.
En América Latina, el caso Odebrecht dejó en evidencia los turbios manejos en la obra pública, a través de sobornos que la empresa pagó a altos funcionarios en doce países de la región durante por lo menos veinte años. Otros resonados casos de corrupción, como la investigación de la denominada Casa Blanca de Enrique Peña Nieto, el ex presidente de México, o la Operación Lava Jato en Brasil, independientemente de las consecuencias a nivel judicial, han dañado gravemente la confianza de la ciudadanía en las instituciones y en el ejercicio de la democracia. Esta desconfianza va en aumento en todo el mundo y se refleja en el constante deterioro del Índice, año tras año, desde que comenzó a medirse en el 2006.
Sin embargo, mientras que la confianza en las instituciones disminuye, la participación de la ciudadanía en política va en aumento. De hecho, esta categoría presenta una curva ascendente en los últimos 10 años. Si bien su desempeño en el mundo es heterogéneo, su aumento global indica que hay una tendencia hacia la participación, lo cual a su vez muestra que la ciudadanía no se ha desentendido de la democracia. La participación política tiene múltiples manifestaciones. Se observa un aumento en la militancia, mayores cantidades de personas atentas a las noticias políticas en medios de comunicación y cada vez hay más marchas, protestas, demostraciones e intervenciones públicas. Ciudadanas y ciudadanos del mundo no se quedan de brazos cruzados ante la decadencia de las instituciones.
Pero el avance más visible dentro de esta categoría se ha dado en el indicador referente a la participación de las mujeres. De todos los indicadores con los que se construye el Índice, este es el que ha registrado el mayor progreso. Movimientos globales como #MeToo y #NiUnaMenos, marchas multitudinarias en favor de los derechos de las mujeres, una mayor visibilidad de las problemáticas de género y un cuestionamiento creciente a los preceptos de la cultura patriarcal son muestras de que las mujeres están interviniendo en la escena política. Pero esto no solamente se refleja en las demostraciones públicas. Globalmente, se registra una mayor presencia de las mujeres en espacios de toma de decisiones. Por ejemplo, en el Parlamento estadounidense, el 20.3 por ciento de los escaños son ocupados por mujeres, en un pico histórico que ha superado incluso el umbral del modelo. Y promete seguir en ascenso.
Convulsiones en las democracias latinoamericanas
América Latina es una de las dos regiones que registró un deterioro en su Índice, que cayó de 6.26 en 2017 a 6.24 en 2018. Detrás de esta leve caída se esconden grandes hitos en un año fuertemente marcado por procesos electorales en Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, México, Paraguay y Venezuela. Si bien las elecciones en todos los países se realizaron bajo climas de polarización y tensión social, a grandes rasgos se desarrollaron sin mayores incidentes. De hecho, la categoría “procesos electorales y pluralismo” fue la que obtuvo el mejor puntaje para América Latina, superando por mucho la media global.
En una mirada más detallada, de los 24 países analizados, 13 mejoraron su puntaje en relación con el 2017, mientras que los 11 restantes sufrieron un deterioro. Además, dos países cambiaron de clasificación: Costa Rica ascendió de una “democracia defectuosa” a una “democracia plena”, clasificación que hasta ahora solo ostentaba Uruguay. Por el contrario, Nicaragua descendió de un “régimen híbrido” a un “régimen autoritario”. Así, en los extremos del espectro, América Latina cuenta con dos “democracias plenas” (Costa Rica y Uruguay) y tres “regímenes autoritarios” (Venezuela, Cuba y Nicaragua).
El resultado del Índice de Democracia para América Latina se ha visto afectado por el mal desempeño de las democracias en las categorías relacionadas con el funcionamiento del gobierno y las libertades civiles. Históricamente, los gobiernos latinoamericanos están teñidos de corrupción, falta de transparencia, discrecionalidad y el asedio del crimen organizado. Los casos de corrupción que recientemente salieron a la luz pública en varios países han disminuido la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas, especialmente en los partidos políticos. Y esto se ha reflejado en las recientes elecciones.
Brasil y México bajo la lupa
En México, Andrés Manuel López Obrador resultó presidente electo en unas elecciones signadas por un enorme malestar social, en un clima de inseguridad y, en muchos casos, ingobernabilidad. Las altas tasas de homicidios que registra el país, los frecuentes casos de violaciones de derechos humanos y los cada vez más evidentes lazos entre la corporación política y el crimen organizado han sido factores decisivos que impulsaron el ascenso de las nuevas autoridades. El gobierno anterior, del tradicional Partido Revolucionario Institucional (PRI), dejó el poder con el índice de aceptación más bajo de su historia. López Obrador, el candidato asociado a la izquierda, hoy presidente, llegó al poder con una legitimidad histórica: obtuvo 30 millones 46 mil votos, lo que representa el 53.17 por ciento del total de los sufragios emitidos. Y no solo eso: su partido, Morena, tiene más de la mitad de las bancas en ambas cámaras legislativas. Una aplanadora política que ha irrumpido en la escena con promesas tan grandes como los desafíos que enfrenta.
En Brasil, el Lava Jato marcó el rumbo de las elecciones. El gobierno del Partido dos Trabalhadores, que encabezó Lula Da Silva y posteriormente Dilma Rousseff, quedó desgastado ante las denuncias de corrupción, a pesar de que en esta operación fueron procesados políticos de todos los partidos. La destitución de Rousseff y el encarcelamiento de Lula da Silva generaron un clima de inestabilidad política e incertidumbre que allanó el ascenso del candidato Jair Bolsonaro, hoy presidente. Si bien Bolsonaro lleva tres décadas en política, se presentó como un candidato nuevo y ajeno a la corrupción asociada a la política tradicional. Bolsonaro se instaló como el candidato de la ley y el orden, con la promesa de aplicar mano dura a los criminales a la vez que con declaraciones públicas de carácter misógino, xenófobo y homofóbico. El candidato petista, Fernando Haddad, no pudo contrarrestar los efectos de una campaña llena de eslóganes descalificadores y fake news en redes sociales.
Independientemente del sesgo ideológico de los candidatos, las elecciones del 2018 se caracterizaron por sus altos niveles de participación ciudadana. Esto es especialmente notable en México, en donde el sufragio no es obligatorio. Pero otros países también han mostrado avances en esta categoría: Ecuador, Colombia y Haití registraron importantes mejoras en sus respectivos puntajes y el ascenso de Costa Rica a la clasificación de “democracia plena” se debió principalmente a mejoras en las categorías de participación política y cultura política. Análogamente, la participación también se hizo notar en Nicaragua, aunque en este caso se produjo una caída en la clasificación. Los recientes eventos de represión, violencia y crisis política fueron las principales causas de esta caída.
A la izquierda: Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. A la derecha: Jair Bolsonaro, presidente de Brasil. Fotos: Wikipedia
La decadencia de los eternos abanderados de la democracia
A pesar de que la región de Europa Occidental tiene los índices de democracia más altos, también presenta una tendencia de constante deterioro y el 2018 no fue una excepción. Esta tendencia ha favorecido la aparición de partidos anti-establishment, tanto de derecha como de izquierda, lo cual a su vez denota la pérdida de confianza de la ciudadanía en los partidos políticos tradicionales y en su capacidad para resolver los problemas que le preocupan. Sin embargo, los puntajes se mantienen altos y no hubo cambios en la clasificación de los países. Europa Occidental cuenta con catorce “democracias plenas”, seis “democracias defectuosas” y un “régimen híbrido”.
Tienen especial relevancia los eventos ocurridos en Italia y en Austria, como representativos de este fenómeno anti-establishment que parece apoderarse de la escena política. En Italia, Matteo Salvini, vicepresidente del Consejo de Ministros y líder del partido derechista Liga Norte, pudo captar la agenda pública con su discurso de línea dura contra la inmigración. Por su parte, en Austria, el gobierno conformado por una coalición de partidos de derecha no solo ha posicionado un discurso anti-inmigratorio y especialmente anti-musulmán, sino que ha reflejado su discurso en hechos. Durante el 2018, el gobierno cerró siete mezquitas bajo la acusación de violar la Ley Islámica vigente y de predicar un discurso extremista, en un hecho polémico que algunos tildaron de intolerancia. Tanto Italia como Austria han decaído en sus puntajes, especialmente en las categorías “cultura política”, “funcionamiento del gobierno” y “libertades civiles”.
Los dos países que conforman la región de América del Norte, Estados Unidos y Canadá, se asemejan a Europa Occidental en tanto que presentan valores altos pero una tendencia decreciente. Sin embargo, existen profundas diferencias entre ambos países. Estados Unidos, clasificado como una “democracia defectuosa”, tiene un puntaje considerablemente más bajo que Canadá, una “democracia plena”. Al igual que en muchos otros países del mundo, el discurso anti-inmigratorio y de línea dura del presidente Donald Trump ha seducido a una buena masa de votantes, pero tras dos años de ejercicio, no ha demostrado ser el avezado estadista que prometió ser. Por el contrario, durante su presidencia, se agudizó la polarización y disminuyó la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas: la permanente puja entre los dos partidos mayoritarios, la guerra comercial con China, la implementación de políticas públicas sin la aprobación del Congreso y los cuestionamientos sobre los vínculos del presidente con Rusia durante su campaña presidencial se reflejan en el retroceso del Índice en el 2018.
Donald Trump, presidente de los Estados Unidos. Foto: Wikipedia
La otra cara de la moneda
En el otro lado del espectro, hay regiones que tienen un desempeño casi opuesto al de América del Norte y Europa Occidental. Se trata de Europa Oriental, Asia, África Sub-Sahariana, Medio Oriente y el Norte de África. De los 119 países que conforman estas regiones, tan solo 3 se clasifican como “democracias plenas”: la isla Mauricio, Australia y Nueva Zelanda. 50 países son “regímenes autoritarios”, de los cuales 22 se encuentran en África Sub-Sahariana.
Los bajos valores de los índices de democracia en estos países obedecen a muchas causas. En general, estas regiones han estado históricamente rezagadas, algunas de ellas ligadas al colonialismo, como ocurre en África. Además, muchos países han sido devastados por conflictos armados: tales son los casos de Yemen, Ucrania, Siria, Libia y Afganistán, por citar algunos ejemplos. Son regiones que además sufren el asedio de potencias militares extranjeras y situaciones de violencia que impiden el ejercicio de la democracia.
El atropello a las libertades civiles y la persecución a la prensa y a la oposición son elementos frecuentes en “regímenes autoritarios” y “regímenes híbridos” e inciden negativamente en el Índice de Democracia. Y el 2018 tuvo muchos de estos casos. Uno de ellos es el de Jan Kuciak y su novia, Martina Kušnírová, que fueron asesinados en su casa en Eslovaquia en febrero. Este crimen convulsionó al país a tal punto que el Primer Ministro, Robert Fico, se vio obligado a renunciar para evitar que se desatara una crisis política. Kuciak era periodista y estaba investigando un fraude fiscal que involucraba a políticos y empresarios de alto nivel. Este hecho fue un duro golpe a la democracia eslovaca.
Un caso similar ocurrió en Arabia Saudita, con el asesinato del reconocido periodista Jamal Khashoggi, mientras estaba asilado en su propio consulado con sede en Turquía. Las sospechas sobre la autoría intelectual del crimen recayeron sobre el príncipe saudí Mohammed bin Salman, un gobernante fuertemente cuestionado por violaciones a derechos humanos cometidas bajo su mandato. Este crimen también suscitó una crisis política, potenciada por el impacto que tuvo a nivel internacional. Otra forma de perseguir y acallar a la prensa en regímenes autoritarios es con medidas judiciales. Es el caso de Myanmar (Birmania) y los dos periodistas de Reuters encarcelados y condenados a siete años de prisión por violar la ley de Secretos Oficiales mientras investigaban las muertes de miembros de la etnia rohinyá a manos de efectivos birmanos.
La calidad también importa
La participación política es, a todas luces, la estrella del momento. Y esto es una buena noticia, ya que, pese a que las instituciones democráticas están en crisis, la ciudadanía está activa en defensa de sus derechos. No obstante, la participación política se manifiesta de formas muy disímiles en el mundo y el ascenso de partidos anti-establishment no siempre representa una mejora en la vida democrática de una nación. Por el contrario, muchos de estos movimientos proponen la restricción de las libertades civiles, el uso de la fuerza para combatir la inseguridad, la intolerancia y la segregación, en discursos de líderes carismáticos que, en algunos casos, han demostrado no tener mucho más para ofrecer que una imagen atractiva y unas consignas seductoras.
Hay mucha participación, pero también hay mucha división. El Índice de Democracia intenta aproximar una respuesta a la pregunta de si hay consenso y cohesión social suficientes como para apuntalar una democracia estable y funcional. Los resultados arrojados año tras año demuestran que no: la profundización de la polarización podría debilitar aún más la calidad de las instituciones e impedir la formulación de políticas públicas. Este contexto de tensión y puja, en el que conviven un creciente compromiso político con una igual creciente represión de las libertades civiles, podría exacerbar el malestar y los conflictos sociales a niveles aún mayores.
La alternativa es restaurar la confianza en los valores democráticos mediante una canalización de esa gran voluntad de participación. Una sociedad organizada es el mayor motor de cambio, a través de procesos colaborativos que tiendan a fortalecer las instituciones públicas, con la adopción de mecanismos para garantizar la transparencia y la rendición de cuentas. Procesos de este tipo ya existen en el mundo y han demostrado dar resultados tangibles a la hora de mejorar la calidad de vida de las personas. Al contrario de lo que pregonan muchos líderes carismáticos, son los procesos colaborativos abiertos e inclusivos los que realmente tienen un impacto positivo en la vida de la gente y los que construyen institucionalidad y cohesión social a largo plazo, antes que medidas demagógicas que rompen el tejido social y profundizan aún más los problemas que prometieron resolver.
¿Libertades o derechos? ¿Es esa la cuestión?
Algunas preguntas quedan abiertas sobre los resultados y la interpretación del Índice de Democracia. Una de las preguntas que componen la categoría “funcionamiento del gobierno” dice: “¿Existen otros grupos económicos, religiosos o domésticos que ejerzan un poder político significativo, paralelo al de las instituciones democráticas?” Los conglomerados dedicados a la comunicación han demostrado ser influyentes jugadores políticos con intereses y agendas propias que actúan bajo el amparo de la libertad de expresión. Pero, ¿dónde está el derecho de la ciudadanía a recibir información veraz y relevante? Ese derecho fundamental para el ejercicio pleno de la democracia no se encuentra del todo reflejado en el Índice de Democracia, que pondera la existencia de una prensa libre, pero no indaga en la calidad de la información que la prensa ofrece.
Y esto deriva en una cuestión aún más amplia: ¿cómo definir la democracia? Los autores del Índice reconocen la dificultad de medir un concepto para el cual no hay una definición consensuada. Agregan que, si bien muchas veces los términos “libertad” y “democracia” son utilizados como sinónimos, no lo son. Sin embargo, mencionan el hecho de que la democracia puede ser entendida como un conjunto de prácticas y principios que institucionalizan y, en última instancia, protegen la libertad. Bajo este modelo, la libertad es un pilar central para el ejercicio de la democracia, muy superior incluso que el acceso a derechos.
Cabe entonces hacer la pregunta: ¿qué tiene más peso en la balanza de la democracia? ¿El ejercicio de la libertad o el acceso a derechos? Y en la misma línea: ¿se puede ejercer la libertad si no se tiene acceso a derechos? El debate es amplio, pero dado lo que está en juego, vale la pena tenerlo.
Una revisión de los resultados del Índice de Democracia y su evolución puede ser el puntapié para iniciar el debate, no solo sobre el estado de la democracia en el mundo, sino, además, de lo que significa la democracia y cuáles son sus principios fundamentales más allá de los preceptos dictados por el discurso hegemónico. La libertad es importante. Pero, ¿qué hay de la participación, la integración, el acceso a derechos? Quizá sea hora de empezar a tener en cuenta estos otros principios, no solo para medir y cuantificar la democracia, sino, mejor aún, para transformarla. Una transformación que parta de un intercambio de ideas que, en lugar de ponderar cada elemento por separado y compitiendo entre sí, los integre y potencie.
Acerca del Índice de Democracia
El Índice de Democracia consta de una escala numérica que va del 0 al 10 y se basa en 60 sub-indicadores agrupados en 5 categorías: “procesos electorales y pluralismo”, “libertades civiles”, “funcionamiento del gobierno”, “participación política” y “cultura política”. Cada categoría, a su vez, se mide en una escala del 0 al 10, y el Índice de Democracia surge del promedio de los valores de estas categorías.
La clasificación
Según el valor del Índice de Democracia, los países son clasificados en los siguientes tipos de regímenes:Democracias plenas (valores superiores a 8): Países en los que están garantizadas las libertades civiles y políticas. La cultura política es amplia y el funcionamiento del gobierno es satisfactorio. Hay medios independientes y diversos. El sistema judicial es independiente y los fallos judiciales son ejecutados. Hay un sistema eficaz de controles y balances. Los problemas en el funcionamiento de la democracia son limitados.Democracias defectuosas (valores superiores a seis y menores o iguales a 8): Países que tienen elecciones libres e imparciales en los que se respetan las libertades civiles básicas. Sin embargo, presentan deficiencias importantes en otros aspectos, como problemas en la gobernabilidad, una cultura política subdesarrollada y bajos niveles de participación política.Regímenes híbridos (valores superiores a 4 y menores o iguales a 6): En estos países, las elecciones presentan serias irregularidades que impiden que sean libres y justas. Las debilidades de las democracias defectuosas se agudizan: aumenta la ingobernabilidad, la cultura política tiene un desarrollo muy bajo, al igual que los niveles de participación política. La corrupción tiende a ser generalizada. El estado de derecho y la sociedad civil son débiles. El poder judicial no es independiente del poder político. Generalmente, hay hostigamiento y persecución a la prensa y a líderes y partidos de oposición.Regímenes autoritarios (valores menores o iguales a 4): Prácticamente no hay pluralismo político. Algunos países incluso son abiertas dictaduras. Las instituciones democráticas, de existir, son débiles. Las elecciones, si ocurren, no son justas ni imparciales. Se suelen atropellar las libertades civiles. Los medios están bajo el control del Estado o el grupo de poder dominante. Hay represión y censura. El Poder Judicial está subordinado.
Fuente:
Democracy Index 2018: Me Too (The Economist Intelligence Unit)