Son numerosas las elecciones que arrojan clarísimos triunfos de los candidatos presidenciales, pero luego, analizando las gestiones de los gobiernos, surge un gran interrogante: ¿por qué no pueden gobernar con la misma claridad con la que ganaron?

El desafío es tan complejo como la sociedad misma, pues se presenta una serie de factores coyunturales que el presidente electo deberá comenzar a resolver antes de asumir el mandato, si es que desea, además de ejercer el gobierno, detentar el poder.

Existen cinco distorsiones intrínsecas que sufre el sistema democrático a nivel global y que los presidentes electos deben considerar para que la duración de su gobierno se extienda el mismo tiempo que la duración de su mandato. Porque América Latina está repleta de experiencias en las que, en unos casos, los gobiernos buscan eternizarse más allá del plazo de los mandatos y en otros, los tiempos de los mandatos son cumplidos por gobiernos que se extinguen mucho antes de que el plazo sea alcanzado.

Estas distorsiones son:

  • Una coalición de gobierno sin coalición.
  • Una democracia sin demócratas.
  • Un Estado sin estadistas.
  • Un gobierno sin Estado.
  • Un civismo sin ciudadanía.

Coalición de gobierno sin coalición

Tejer una alianza electoral no es lo mismo que armar una coalición de gobierno. El auto con el que llega un piloto al autódromo no es el mismo con el que corre la carrera. Es cierto que ambos son autos, pero uno está preparado para transitar las calles a sesenta kilómetros y el otro para recorrer un circuito a más de trescientos. Uno frena para detenerse en las esquinas, el otro desacelera en las curvas para volver a acelerar.

Son numerosos los fracasos de los presidencialismos de coalición porque los requisitos para armar una alianza electoral son bien distintos a los que se necesitan para armar un equipo de gobierno, como se ve en el siguiente cuadro:

En síntesis, a un candidato se le cree y no se le exige y a un presidente se le exige y no se le cree. Por lo tanto, los acuerdos y las personas que sirven para llegar a la cresta de la ola en una elección, no son los mismos ni las mismas que permiten surfear la ola de la gestión de gobierno.

Los acuerdos programáticos tejidos para sumar partidos y movimientos a una alianza electoral, una vez electo el candidato, no solo deben ser ratificados, sino también convertidos en políticas públicas. Frecuentemente las promesas electorales más difíciles de administrar y más complejas de cumplir debido al desgaste que le generan a un presidente no son las que se le hacen al pueblo sobre cómo se asegura su bienestar, sino las realizadas a los aliados sobre el reparto de cargos y poder.

La tarea de los miembros de una alianza electoral pasa por convencer a una mayoría de que su candidato será capaz de llevar una abstracción -como lo es un país-  hacia una utopía –como lo es un futuro mejor. En cambio, los miembros de una alianza de gobierno tienen que garantizarle a todo un país que el presidente tiene la capacidad de gestionar recursos –como lo es un Estado- para mejorar una realidad –como lo es la calidad de vida colectiva e individual.

Es por ello que un gobierno requiere consistencia ideológica –porque la ideología es la manera de organizar las ideas que buscan alcanzar la dignidad humana- encarnada en equipos basados en la plena confianza –porque la desconfianza paraliza la gestión. Un gobierno no puede ser una repartija de cargos ni un rejunte de dirigentes porque son innumerables los casos de gestiones paralizadas y presupuestos subejecutados debido a que entre los funcionarios falta confianza y sobran mezquindades.

La primera gran distorsión que deberá enfrentar un presidente electo es garantizar la gobernabilidad y la gobernanza de su coalición de gobierno conformando un equipo de gestión que garantice que la alianza electoral se convierta en una coalición de gobierno y no en un gobierno sin coalición.

Democracia sin demócratas

La democracia es una forma de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la ciudadanía. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes.

Hay democracia indirecta o representativa cuando la decisión es adoptada por personas reconocidas por el pueblo como sus representantes. Hay democracia participativa cuando se aplica un modelo político que facilita la capacidad de asociarse y organizarse para ejercer influencia en las decisiones públicas a través de mecanismos plebiscitarios de carácter consultivos.

Finalmente, hay democracia directa cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo, mediante plebiscitos y referéndums vinculantes, elecciones primarias, facilitación de la iniciativa legislativa popular y votación popular de leyes. Estas tres formas no son excluyentes y suelen integrarse como mecanismos complementarios en algunos sistemas políticos.

Si bien es relevante contribuir en la construcción de la democracia desde una perspectiva de sistema de gobierno, resulta aún más importante y abarcador, comprender la democracia como una forma de organización que no es estática, ni es una receta, ni es una conquista garantizada para toda la vida una vez que un país se declara en democracia.

Como lo propone Bernardo Toro en el texto El ciudadano y su papel en la construcción de lo social, “[…] La democracia no es una ciencia o un partido. Es una cosmovisión, una forma de ver y construir el mundo de las relaciones políticas, sociales, económicas, emocionales y espirituales. La democracia es un invento de los griegos hace 2500 años. Por ser una cosmovisión nadie le puede dar la democracia a una sociedad, es una decisión que toma la sociedad. Es la sociedad la que es democrática, y si lo es, todas sus formas institucionales y culturales serán democráticas: las familias, los partidos, las iglesias, las empresas, los sindicatos, las escuelas, etc.”.

Una sociedad que toma la decisión de vivir en democracia es una sociedad que ha democratizado también todos los espacios en los que se relaciona. Boaventura de Sousa Santos ha definido estos espacios como “escenarios en los que se produce no solo el poder sino también el conocimiento y el derecho […] son el espacio doméstico, el espacio de la producción, el espacio de la ciudadanía, el espacio de la comunidad, el espacio de consumo y el espacio mundial. Son todos estos geo-espacios los que deben ser democratizados”.

Una sociedad que toma la decisión de asumir la democracia como forma de vivir, los espacios en los que esta sociedad existe, serán también democratizados.  El sentido de colectividad toma entonces una gran importancia en todos los espacios en los que se busca democratizar la vida ciudadana.

Los escenarios en los que se gesta el poder, el conocimiento y el derecho, como lo indica Sousa, son espacios ocupados por diferentes actores, por lo cual es necesario que estos actores reconozcan, fortalezcan y aprovechen las capacidades que tienen para la construcción colectiva.  Es necesario que se enfoquen en el diseño, defensa y conservación de políticas sociales, de inclusión y de derechos, y que busquen una convergencia a través de la que se pueda organizar políticas comunes que mejoren la vida de la mayoría.

Todas las formas de democracia requieren de demócratas. El o la demócrata en plenitud respeta los siguientes seis principios enunciados por el filósofo Bernardo Toro como constitutivos de la democracia entendida como cosmovisión para organizar la vida en sociedad:

Principio de secularidad: La democracia es un invento de la sociedad”. Por eso un demócrata es muy consciente de que los gobernantes pasaron a ser electos por el pueblo y dejaron de ser ungidos por Dios y los dioses. Un gobierno rinde cuentas a la ciudadanía y no a la justicia divina.

Principio de autofundación: La democracia es una decisión de las personas”. Un demócrata sabe que todos los ciudadanos deben tener garantizado el espacio democrático para poder ejercer su rol de manera activa, se enrole en la ideología que sea.

Principio de incertidumbre: La democracia es perfectible y no replicable”. El buen demócrata respeta la autonomía de los pueblos. Ningún modelo democrático puede replicarse porque cada comunidad debe construir el Estado que se le parezca.

Principio de complejidad: incluye intereses divergentes”. El demócrata tiene la convicción de que dada la diversidad de actores de una sociedad que responden a intereses distintos y a miradas sobre la realidad que son divergentes, es imprescindible para poder construir agendas comunes, ceder la agenda propia en pos de la construcción de la mirada común.

Principio público: lo público se construye desde la sociedad civil”. Un demócrata en el gobierno sabe que no es el dueño del Estado ni de lo público y que su rol es prestar un servicio público para que desde la sociedad civil se generen los bienes públicos que hacen a la calidad de vida colectiva.

Principio ético: la democracia es un proyecto colectivo que garantiza la dignidad humana”. Un demócrata no se aparta del sentido ético que convierte cada acto de gobierno en dignidad humana, donde la discrecionalidad en el ejercicio de poder se acota al distribuirse ese poder en la sociedad.

Para que las democracias sean el gobierno de los ciudadanos se necesita pueblos formados en el civismo y dirigentes políticos que sean verdaderos demócratas, es decir, partidarios de la democracia, así como las repúblicas, para que sean el gobierno de las leyes, necesitan sociedades que no vivan al margen de la ley y dirigentes políticos que sean verdaderos republicanos, respetuosos de la división de poderes. Caso contrario, los pueblos padecen democracias sin demócratas.

Estado sin estadistas

Un estadista es la persona que no solo tiene la capacidad de dirigir un Estado y llevar adelante la gestión pública, sino que también posee, por un lado, la actitud para sostener una ideología sin ideologizar los vínculos, lo que le permite actuar en la diversidad y, por el otro, cuenta con el liderazgo para implementar políticas públicas que superen el horizonte de la coyuntura y orienten a la comunidad hacia un proyecto de futuro compartido.

También pueden considerarse estadistas las personalidades políticas que, aunque no se encarguen directamente de alguna función de Estado, cuentan con capacidad suficiente para influir en el poder público.

Este calificativo engloba o comprende asimismo a las personas que están por encima de las divisiones partidarias y de los sectores, buscando el bien común y asumiendo plenamente sus responsabilidades.

Según el filósofo José Ortega y Gasset, normalmente ocurre al estadista ser incomprendido, porque se ocupa con las cuestiones de largo plazo y toma decisiones impopulares a corto plazo, en tanto que la mayoría de los políticos se preocupan de los resultados inmediatos de sus acciones.

Las democracias en el mundo han generado miles de dirigentes políticos pero escasos estadistas. El carácter de estadista no lo da el rol ni la jerarquía sino la visión de liderazgo desde un desapego del propio destino. Tampoco garantiza las condiciones de estadista manejar con habilidad un período de gobierno; más bien asegura el liderazgo de un Estado creando condiciones de futuro que superen el transitorio mandato que ese líder ejerza.

El horizonte de un estadista no consiste en ser votado en la futura elección sino en lograr que en la próxima elección se vote un horizonte de futuro compartido. Un estadista no solo dirige un país desde el Estado, sino que define el estado de un país y lo proyecta en función de las innovaciones presentes y de las perspectivas y avances futuros.

Un estadista no solo es una persona útil al Estado, por sobre todo, es aquel que convierte al Estado en algo útil para las personas, y a un gobierno, en algo útil para el Estado. En síntesis, un estadista no es un gobernante, es casi lo contrario. Es aquel que tiene claro que nuestras democracias están llenas de políticos en los gobiernos, pero vacías de estadistas en los estados.

Gobierno sin Estado

Es muy frecuente que las sociedades confundan Estado con gobierno, pero hay una diferencia formal importante: los estados son personas jurídicas de derecho internacional y los gobiernos son organizaciones de personas. Pero también es muy frecuente que los propios gobiernos se confundan y crean que son el Estado.

Un Estado es una organización política constituida por un conjunto de instituciones burocráticas estables (órganos de gobierno) que poseen atribuciones de autoridad y potestad para establecer las normas que regulan una sociedad, teniendo soberanía interna y externa dentro de límites territoriales establecidos y reconocido como país soberano en el orden internacional.

Probablemente la definición más clásica de Estado pertenezca al jurista alemán Hermann Heller que define al Estado como una «unidad de dominación, independiente en lo exterior e interior, que actúa de modo continuo, con medios de poder propios y claramente delimitados». Es la conexión de los poderes sociales. El Estado se conforma por instituciones tales como las fuerzas armadas, las burocracias administrativas, los tribunales, la policía que le permiten asumir las funciones esenciales de defensa, gobernación, justicia, seguridad y de relaciones exteriores.

Por su parte, la definición de Gobierno hace referencia al principal pilar del Estado, es decir, las autoridades que dirigen, controlan y administran sus instituciones y estructuras administrativas desde una conducción política ejercida desde el Poder Ejecutivo. Este órgano puede estar encabezado por un presidente o primer ministro y un número variable de ministros, tiene atribuciones conferidas por la Constitución o una carta fundamental de un Estado (orden jurídico) que lo habilitan para ejercer el poder político sobre una sociedad a través de las funciones establecidas para su funcionamiento.

Los gobiernos pueden adquirir diversas formas para constituirse. De acuerdo a la concentración de poder, pueden ser autocracias como las monarquías o tiranías (el poder se concentra en una sola persona), aristocracias u oligarquías (el poder se concentra en una minoría) y democracias (el poder es ejercido por una mayoría); o de acuerdo a la institución predominante (parlamentarismo, presidencialismo).

Definidos los significados de Estado y gobierno, corresponde atender la siguiente pregunta: ¿Por qué ni los gobiernos son semejantes a los pueblos que los eligen, ni los Estados son parecidos a los ciudadanos que los conforman?

Gobiernos semejantes a sus pueblos exige que los dirigentes políticos asuman que son elegidos como servidores públicos integrados a la sociedad como semejantes, pero en lugar de ello, se separan de la población convirtiéndose en una corporación bien diferenciada que ejerce el gobierno a través de la discrecionalidad y la corrupción. Los dirigentes políticos entienden que tienen la libertad para hacer lo que quieren, cuando en realidad deberían comprender que tienen el permiso para hacer lo que deben.

Estados parecidos a sus ciudadanos exige que los gobiernos respeten a los ciudadanos como soberanos del poder que delegan a través de elecciones y consideren al Estado como el bien público que les toca administrar temporalmente, pero en lugar de ello, los gobiernos se apoderan del Estado para convertirlo a su imagen y semejanza, sin el menor parecido a la población. Por lo tanto, los gobiernos no se asemejan a sus pueblos ni los estados se parecen a sus ciudadanos porque los gobiernos se asemejan a sus dirigentes y los Estados se parecen a los gobiernos.

Uno de los principales problemas de las democracias consiste en que en una gran mayoría de ellas los gobiernos se hacen más poderosos que el Estado a partir de diversas maniobras que atentan contra la arquitectura que distribuye el poder. Por ejemplo, se concentra el gobierno en el Poder Ejecutivo a expensas de los otros dos poderes del Estado. Cuando los poderes legislativos delegan sus funciones en el Ejecutivo y cuando el Poder Ejecutivo avanza sobre la independencia del Poder Judicial surge la figura de hiperpresidencialismo, una profunda distorsión de la democracia. Gobiernos fuertes con instituciones débiles.

Por algo hay gobernantes y no hay estadistas. Porque tenemos gobiernos sin Estado.

Civismo sin ciudadanía

Un ciudadano es una persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.​ El concepto está regido por códigos legales donde se describen una serie de obligaciones y de derechos políticos, civiles y sociales que regulan las relaciones entre los miembros de una sociedad, a quienes se los denomina ciudadanos.

Aristóteles sostenía que “ser ciudadano” significaba ser titular de un poder público no limitado, permanente: ciudadano es aquel que participa de manera estable en el poder de decisión colectiva, en el poder político. Se distinguen tres etapas: una “ciudadanía civil” en el siglo XVIII, vinculada a la libertad y los derechos de propiedad; una “ciudadanía política” propia del XIX, ligada al derecho al voto y al derecho a la organización social y política y, por último, en la última mitad de siglo XX, una “ciudadanía social”, relacionada con los sistemas educativos y el Estado de Bienestar.

Un fenómeno conocido como la esfera pública, según el filósofo Jürgen Habermas, es un espacio entre la autoridad y la vida privada, en el cual los ciudadanos pueden reunirse informalmente, intercambiar opiniones sobre los asuntos públicos, decisiones de gobierno y proponer reformas, sirviendo como contrapeso al gobierno.

Por otra parte, el civismo se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en colectividad. El civismo nace de la relación del hombre con su localidad, Nación y Estado. El uso del término civismo tuvo su origen en la Revolución francesa e inicialmente aparece unido a la secularización de la vida que fue promovida por los revolucionarios.

Un ejemplo de civismo es cómo se comporta la gente y cómo convive en sociedad y se basa en el respeto hacia el prójimo, el entorno natural y los bienes públicos.

El civismo debe ser impregnado en el hogar y socializado en el sistema educativo. Sin embargo, la mayoría de la educación en América Latina no contempla como prioritario la formación cívica, que lejos de ser una materia teórica, debería fundarse en una pedagogía basada en espacios de ejercicios cívicos vivenciales, como la promoción de la participación de los alumnos en centros de estudiantes, cooperadoras y todo ámbito comunitario que consolide el activismo ciudadano.

Los planes de estudio deberían incorporar las herramientas de la democracia participativa desde la escuela primaria. Alumnado peticionando a las autoridades del colegio, construyendo reglas de convivencia escolar de manera participativa en asambleas, convirtiendo los recursos de las cooperadoras escolares en presupuestos participativos donde el alumnado aporte su mirada sobre la priorización de la aplicación de los fondos.

Un sistema educativo que no lleva la vida cívica a la vida escolar termina por promover una ciudadanía inmersa en la ignorancia cívica; un sistema democrático que limita el ejercicio cívico a los sufragios no tiene ciudadanos sino electores. En definitiva, tenemos democracias que nos hunden en el oxímoron de un civismo sin ciudadanía.

Muchos candidatos ganan las elecciones de manera contundente pero luego no logran sostener esa contundencia para enfrentar las cinco distorsiones descriptas y evitar una coalición de gobierno sin coalición, una democracia sin demócratas, un Estado sin estadistas, un gobierno sin Estado y un civismo sin ciudadanía. Es verdad que los presidentes tiene poco tiempo para crear las condiciones para organizar un gobierno que logre superar las distorsiones de las democracias. Pero también es cierto que tienen mucho apoyo para lograr que una gran elección se convierta en un gran gobierno.

Autor: Carlos March (Fundación Avina)

Aportes conceptuales: Ximena Torres (Fundación Avina)


El contenido de esta publicación no refleja la posición de la Fundación Avina sobre el tema.