Reflexiones de Yaku Pérez, dirigente del movimiento indígena y campesino de Ecuador y excandidato a presidente.

Hace casi 30 años, en octubre de 1992, avanzaba nutrida, poderosa y abriéndose paso por la sierra, la Amazonía y la costa, la mayor marcha popular social ecuatoriana del siglo XX. Era el Movimiento Indígena y Campesino que avanzaba victorioso con decenas de miles de marchantes, que se unían a mestizos, a jóvenes, mujeres, pequeños comerciantes, artesanos, trabajadores, burócratas de las urbes, para llegar a la toma de Quito bajo la consigna “Nunca más un Ecuador sin nosotros”, celebrando ahí los 500 años de resistencia. A la par nacía la Confederación Nacional de Pueblos Indígenas del Ecuador y su brazo político, Pachakutik. Casi 30 años después, en octubre de 2019, ese mismo movimiento indígena y campesino volvió a liderar otra gran marcha de protesta contra las medidas antipopulares de los últimos gobiernos. Pero ya no fueron miles, sino cientos de miles los participantes que escribieron un capítulo más en la construcción de una democracia para todos, un progreso con equidad, un desarrollo sostenible sin hambre.

Yaku Pérez

En esas tres décadas o más, Yaku Pérez irrumpía en la escena nacional. Emergía en la política como el joven dirigente del movimiento campesino local y como político en Pachakutik, concejal cantonal de Cuenca, prefecto provincial de la provincia del Azuay y el primer candidato a presidente de la república en representación directa de campesinos e indígenas del Ecuador. Yaku hoy dice “somos agua” y vuelve a convocar a muchos miles. Esta es la historia, contada por él mismo, de cómo ha sido transitar estas décadas en la lucha por el Estado Plurinacional, por la equidad, la inclusión, la defensa del agua y la naturaleza, los derechos de los excluidos, el ecofeminismo, los pueblos y las nacionalidades.

 

¿Qué aprendizajes lo llevaron a iniciar el camino de resistencia por los territorios?

Todo lo poquito que sé, que aprendí y que sentí se debe a haber caminado una travesía dura, porque soy indígena campesino, oriundo de una comunidad rural de la parroquia de Tarqui, donde nací en una hacienda. Porque a pesar de que formalmente desaparecieron el esclavismo y la servidumbre, con la ley de reforma agraria de 1964 en Ecuador, las mejores tierras siguieron en manos de los terratenientes y hacendados. Y en una de esas haciendas nacía yo, como nació mi mamá, como nació mi papá. Mi papá no tuvo un día de escuela y mi mamá tuvo apenas tres añitos; y yo nací bajo el grito de los patrones. Eso no me llevó a tener resentimiento alguno, sino que me enseñó a ser irreverente. Pero sobre todo a estar cerca de la tierra, del agua, de los animales.

Eso me llevó a generar una profunda identidad con la madre tierra, de la que somos parte, porque la tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la tierra. Entonces ahí van las primeras colisiones con esta sociedad capitalista y extractivista que reduce a la tierra como el capital natural y nos reduce a nosotros como el capital humano. Nosotros no somos ni capital ni recursos, somos fuentes de vida, somos epifanías de esa gran Pachamama que es espacio-tiempo. Nosotros no tenemos brujerías; tenemos sabidurías. No tenemos saberes; tenemos epistemologías. No tenemos folclor; tenemos cultura. No tenemos artesanías; tenemos arte. No tenemos conocimiento solo de cosas pequeñas, sino que nuestros abuelos tenían un conocimiento enorme, mucho del cual está en los quipus o en los códices mayas, que todavía no se logran desentrañar y que ardieron en fuego porque los españoles nunca entendieron qué eran.

Emanuel Kant decía que la naturaleza encierra secretos y para arrancarle los secretos hay que torturarla. Y cuando Descartes separó al ser humano de la naturaleza apareció esa división binaria, en donde el humano tenía la racionalidad y la tierra no, y por lo tanto la tierra era un ser inerte. En cambio, para nosotros, hasta la misma piedra tiene vida. Me enseñaba un abuelo que la piedra no es muda, solo guarda silencio. La piedra tiene vida y para nuestros abuelos, es el símbolo de la eternidad. Dicen que el ser humano le tiene miedo al tiempo y, en efecto, es así. Pero el tiempo le tiene miedo a la piedra y por eso ahí están las grandes construcciones de Quetzalcóatl, de Teotihuacán, de Tenochtitlán, de Inga Pirca, de Machu Picchu, que desafían al tiempo. Son construcciones antisísmicas, que encierran un conocimiento arquitectónico, de ingeniería civil, de ingeniería hidráulica. Todos estos temas no me los enseñó la universidad. Me los enseñaron las plantas, los animales, las abuelas, los abuelos.

Primer gran levantamiento indígena del Ecuador, en 1992. Foto: El Telégrafo

¿Cómo comenzó su lucha por el agua?

El agua fue y es nuestra bandera de lucha. Cuando tenía menos de 5 años, era acarreador de agua, como muchos de los niños, de los guaguas y las mujeres de mi comunidad. Nos levantábamos a las cuatro y media de la mañana para ir a buscar el agua a la vertiente a un kilómetro de mi casa. Cuando era noche de luna era lindo porque se podía mirar el camino, pero cuando no había luna llena era difícil. Una vez llevaba el agua en un cántaro y cerquita ya de mi casa, me tropecé y caí aparatosamente. El cántaro se me cayó, me quedé lleno de agua. Me generó una amargura tal que lloraba sin cesar, por miedo a mi mamá, que era muy rigurosa, y a que tal vez iba a ganarme un fuetazo. Ahí aprendí el valor del agua.

Una semana después dijeron que venía un proyecto de agua y que íbamos a tener que traer agua del cerro. Si ya era duro traer el agua de la vertiente, traerla del cerro era más duro aún. No entendí el proyecto en el momento, lo entendí después, cuando empecé a participar de las mingas, desde muy pequeñito, al lado de las faldas de mi mamá. Un año duró el proyecto, con picos y palas, poniendo la tubería, haciendo las redes. Y llegó el gran día en que abrí la llave y mágicamente salió el agua. Fue el día más feliz de mi vida, ya que por fin pudimos dejar de acarrear agua. Tenía seis años y nunca me gustaba bañarme, porque nací en una zona de frío. Ese día era tanta la emoción, que me bañé dos veces, a pesar de ese friazo que había. Y desde ahí, gané más cariño, más devoción, al agua.

Años más tarde, ETAPA, una empresa municipal de agua de Cuenca, la tercera ciudad más grande del Ecuador, quiso apropiarse de los sistemas comunitarios de agua. Entonces nos levantamos y lideré ese levantamiento cuando era todavía guambra, muy joven, estaba en los primeros años de universidad. Y evitamos que ETAPA nos arrebate el sistema comunitario de agua, que era fruto de nuestro esfuerzo, en las mingas, del que ellos no participaron.

Corrían los años noventa cuando se dio el primer levantamiento indígena con la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador), pero yo no estuve en ese levantamiento porque estuve en otro más pequeñito pero que marcó mi vida. Estaba en tercer año de universidad y fue un compañero oriundo de San Miguel de Jima, una parroquia que está al sur de Azuay, que decía que venían unos gringos a robarse nuestras tierras para explotar el oro. Se trataba de la multinacional Newmont Mining Corporation, que llegó con complicidad del gobierno y de algunos terratenientes de Azuay y empezaba a despojar las comunas Zhipta, Moya Molón y otras de Jima. Y nos fuimos allá una semana y dejamos de asistir a clases. Tuvimos mucha suerte; una semana nos tomó esa lucha y logramos decirle “fuera de aquí, señores de las minas”. Esa fue nuestra primera victoria.

El levantamiento indígena de 1992 fue una gran luz que se prendió, no solamente para el Ecuador, sino para toda América Latina. Ahí se acuñó la frase “nunca más sin nosotros”. Y ahí los movimientos de izquierda y los de derecha aprendieron que nunca más se podrá gobernar el país sin la presencia y la participación de un león que había estado dormido pero que se había despertado y que era el movimiento indígena articulado en la gran CONAIE. Eso también fue una inspiración para el Ejército Zapatista, que se levantó en Chiapas el 1 de enero de 1994. Ellos recogieron el tema de las autonomías, del buen gobierno, la consigna de mandar obedeciendo, todo ello fruto de la riqueza epistemológica y filosófica de los pueblos preincaicos y que luego fue tomado por los pueblos quichuas e incas. También el movimiento Sin Tierra de Brasil se identificó y se entrelazó con los movimientos del Ecuador.

Yaku Pérez (en bicicleta) en campaña por la presidencia de Ecuador

¿Cómo se conecta el movimiento con el ecologismo?

La lucha de Kinsa Cocha nos llevó a continuar en nuestra etapa ecologista. En el año 2000, supimos la noticia de que dos de los cuatro ríos de Kinsa Cocha, de donde brota el agua para la ciudad de Cuenca, serían concesionados a una multinacional canadiense para la exploración del oro. Ahí hay oro, plata, molibdeno, cobre y otros materiales, incluso radiactivos, que pondrían en peligro los ríos. Ahí nuestras hermanas campesinas empezaron una nueva lucha, las mujeres indígenas que nosotros llamamos guardianas del agua, y a las que yo siempre reivindico y rindo pleitesía. Porque las mujeres son el alma y el motor de la resistencia. Por eso somos ecofeministas. Los varones tenemos que aprender mucho de las mujeres. Sobre todo su sabiduría, su ternura y su irreverencia.

En la lucha por Kinsa Cocha, unas 200 personas fuimos encarceladas, sin importar si eran mujeres, jóvenes, personas de la tercera edad o incluso sacerdotes. Y es que al inicio nadie nos apoyó, pero poco a poco fuimos ganando terreno. Nuestra comunidad es como una gota de agua que rompe la roca, no por la fuerza, sino por la perseverancia. Allí, en Tarqui, en Victoria del Portete, se inició la lucha. Luego eso fue avanzando hacia el cantón de Girón, el cantón Santa Isabel, y llegó hasta Cuenca y se expandió por Azuay. Y ahora podríamos decir que la lucha por el agua es del Ecuador.

No se puede pasar por alto la lucha del pueblo de Cochabamba en el 2002, que fue llamada “la guerra del agua” y que fue muy visibilizada a nivel internacional. Mientras el pueblo de Cochabamba estaba luchando contra la privatización del agua, nosotros luchábamos acá en contra de la política privatizadora que venía para Bolivia y para toda América Latina. En el Ecuador, en Cuenca particularmente, se dieron sendas batallas que la prensa casi no recogió. Pero esa fue la primera concentración multitudinaria: aglutinamos a 30.000 almas que marchábamos en una concentración y logramos frenar el intento privatizador. Y creo que eso fue una inspiración para Ecuador y también para otras latitudes.

¿Cuál fue el secreto de la lucha de Kinsa Cocha? Primero, la perseverancia. Segundo, las invitaciones que hicimos a gente experta que había vivido la tragedia de la minería en Perú, que era nuestro mejor espejo, y que vinieron de allá para compartir su experiencia. Se difundió mucha información sobre los efectos de la contaminación en la salud de los niños, los animales. La información es fundamental. El poder del tercer milenio es el poder del conocimiento. Por eso es que vamos con información y conocimiento a todas las entrevistas y los debates y no nos han podido vencer, porque la verdad es subversiva y tenemos que valernos de esa herramienta poderosa para poder contrarrestar las falacias, las mentiras del extractivismo.

¿Cómo fue la experiencia de participar de las elecciones presidenciales de 2021?

En todo este proceso hemos ganado legitimidad. Llegamos a la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, que representa al Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ) de Bolivia, la Confederación Nacional de Comunidades del Perú Afectadas por la Minería (CONACAMI), Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) y Ecuarunari (Confederación de las Nacionalidades y Pueblos Kichwas del Ecuador). Ahí pudimos ir bordando, aprendiendo y tejiendo esas luchas de los pueblos. Cada lucha tiene una particularidad. Cada una tiene algo que enseñar, algo que aprender. Algo que nos inspira. Las luchas de los mapuches, la de los defensores del Yasuní; los que resisten al Arco Minero en Venezuela, los que resisten a la mina Marlin en Guatemala o la minería en San Luis Potosí, México, o cerro Rico de Potosí, Bolivia. Nos inspiran los hermanos indígenas de Ontario, Canadá y los hermanos navajos de Estados Unidos; los de Papúa Nueva Guinea, los de Kenya y Ghana. Todas esas luchas se van tejiendo y creo que nos ayuda mucho ver la inspiración que son los pueblos afros, los pueblos negros de la amazonia brasilera, que están hoy resistiendo.

Y así hemos llegado a participar de un proceso electoral, en donde ganamos en 14 de las 24 provincias. El presidente Lasso ganó en 2 provincias y es presidente. Ofreció abrir las urnas pero después se arrepintió y no se abrieron. Pero a ellos les digo: nos robaron las elecciones, pero no importa. No nos han podido robar la esperanza. Y tenemos pies para seguir caminando, tenemos manos para seguir levantando, tenemos un corazón grande para abrazarnos y seguir amando la vida, el agua, los territorios, la biodiversidad. Y hoy nos enfrentamos a un gobierno neoliberal y a multinacionales despiadadas, que no se dan cuenta de que el cambio climático es una realidad. La ciencia puede ayudarnos con todos sus avances, para colonizar otros mundos. Pero, ¿con qué cara? ¿Con qué autoridad moral vamos a ir a otros mundos después de haber permitido, unos por acción y otros por omisión, una tragedia descomunal en nuestro planeta?

De todos modos, aquí estamos. Y queremos dar mensajes de esperanza. Porque los pueblos originarios están sincronizados con la juventud que defiende la ecología y ellos a la vez sincronizados con los ecologistas que defienden la vida y también con la comunidad científica. Y en este tejido creo que nos estamos encontrando. Estoy seguro de que al final del extractivismo, al final del túnel de este sistema oprobioso, de esta crisis civilizatoria, encontraremos la luz. Convencido estoy.


Imagen destacada: Marcha por la libertad de presos políticos en Quito, 2015. Foto: CONAIE.

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